Lo hemos tratado las suficientes ocasiones como para eludir reiteraciones. A modo esquemático: sí, en algunos casos la actualización de algunas películas puede ser aceptable. Sí, muchas de ellas son innecesarias e inferiores pero a la mercadotecnia ya le sirve. Y sí, el fenómeno resulta tan cansino como estas explicaciones.
En el caso de Carrie, a la pregunta de si aporta algo respecto a la cinta de Brian de Palma y si resulta valiosa de manera autónoma, hay que ser contundente desde el principio: en absoluto. Nos encontramos con un producto desganado sin sensación de suspense alguno en que el enfoque teenager y sus emociones superficiales han hecho imposible profundizar en los aspecto más oscuros de un relato perdiendo todo el potencial original de Stephen King. Apenas unos pocos minutos dan idea de lo que nos queda por delante en términos de credibilidad de relato y psicología de los personajes: nos movemos en terrenos de superficialidad justa de neuronas, algo que encuentra reflejo en el currículum de su guionista Roberto Aguirre-Sacasa como responsable de la producción de casi 40 episodios de Glee, y al que para más inri aquí han dejado sin la posibilidad de intercalar números musicales a lo largo del metraje (probablemente lo único que falta en la función).
Visto lo visto, hay que reconocer la habilidad de su mayor mérito: el montaje de un tráiler que no solo sintentizaba a la perfección todo lo que tenía que venir por delante (sí, haciendo innecesario el resto: ¿quién quiere/necesita películas con semejantes adelantos?) sino que estructuraba el ritmo y las emociones con una habilidad que ya quisiera para sí Kimberly Peirce como directora de la función.