Posiblemente la peor película del gran Zhang Yimou, endeble a nivel dramático y casi ridícula en sus excesos cromáticos y volatineros
Hay dos aspectos irritantes en la última propuesta de Zhang Yimou. El primero, ajeno a su visionado, reside en el hecho de que La Búsqueda (Quian li zou dan ji, 2005), su anterior film, permanezca sin estrenar cinematográficamente en España. Alguien como Yimou, cuyo trabajo siempre había tenido cabida en nuestras salas, ve relegadas ahora sus películas intimistas al mercado del DVD mientras los mamotretos wuxia a los que dedica más esfuerzos últimamente obtienen el favor de las majors norteamericanas, centrando así la atención de unos medios y un público que hacen muy poco por descubrir obras maestras absolutas del mismo autor como La Linterna Roja (1991), Qui Ju, una mujer china (1992) o Ni uno menos (1999).
El segundo aspecto atañe a la desmesura que, para mal, domina a Yimou en La Maldición…, como si se viese obligado a superar a cualquier precio lo conseguido en la correcta Hero (2002) y la excelente La Casa de las Dagas Voladoras (2004), sus incursiones previas en este género mezcla de pseudohistoria, leyenda, folletín de prestigio y espectáculo preciosista de luchas que popularizó en Occidente Tigre \& Dragón (Ang Lee, 2000).
La ostentación escenográfica y fotográfica de que hace gala el film está justificada por ubicar su acción en los últimos tiempos de la dinastía china Tang (años 618-907 de nuestra era), que ejemplificaron según Yimou un proverbio de aquel país que reza “oro y jade en el exterior, podredumbre y decadencia en el interior”. Esto lleva al director a contrastar una suntuosa exhibición de escenarios y vestuario con una trama sórdida que involucra al estamento imperial.
Desgraciadamente no ha primado el buen gusto en lo referente a la conjunción de la paleta cromática y el espectador corre serio peligro, tras unos primeros minutos admirativos, de quedarse ciego o, al menos, de desarrollar una intolerancia visual irreversible hacia los restaurantes chinos. Y no sólo lloran los ojos; también los oídos, pues la tragedia que protagonizan el emperador (encarnado por Chow Yun Fat), la emperatriz (Gong Li), los príncipes herederos y la familia del médico imperial está contada con la sutileza de cualquier culebrón televisivo de media tarde.
Lo chillón del envoltorio no hace sino más sangrantes tales insuficiencias dramáticas, pero queda por apuntar otro rasgo de estilo que termina por convertir La Maldición… en una fastuosa caja de regalo que se desvelase vacía una vez abierta: unas escenas de duelos y batallas, resaltadas a base de cámaras lentas y panorámicas extasiadas, que alcanzan extremos de artificio casi ridículos, entre el espectáculo circense y El Señor de los Anillos, y cuya necesidad es en varios casos discutible más allá de que colmen las expectativas de la parroquia.
Si añadimos como puntilla un erotismo subrepticio, unas gotas filosóficas de todo a cien y una melosa canción interpretada en los créditos finales por el también actor Jay Chou (el príncipe Jai), la sensación de hallarnos ante un producto comercial obsesionado con camelar de la manera más pirotécnica y carente de sentido real no hay quien nos la quite. En un momento de La Maldición… podemos escuchar “la bondad verdadera no se hace notar”. Otro tanto cabría decir a veces sobre las virtudes cinematográficas.