Linda Hanson (Sandra Bullock) recibe un aciago día la noticia del fallecimiento de su marido. Por motivos inexplicables –y mejor ir acostumbrándose a la idea – no se la pueden comunicar hasta un día después del óbito, en lo que no es ni mucho menos lo más raro que le queda por ver. Al día siguiente, su marido esta vivo y coleando, y ella, tras un asombro contenido similar en gestos al de quien no recuerda dónde ha aparcado el coche, decide que lo normal es seguir con su vida. Pero cuando despierta otra mañana después, nuevamente su marido ha muerto y debe asistir a su funeral.
La idea de plantear una semana con sus días alterados supone un grado de incoherencia o perturbación elevado. Si todo argumento que encierra cambios en la estructura del tiempo llevar de por sí aparejados agujeros en su lógica, aquí ese problema se lleva dos pasos más allá al hacer del agujero la base de las dos horas de metraje.
En películas como Frequency hemos asistido a nimias justificaciones para la propuesta: una extraña nebulosa violeta, causa un extraño fenómeno que abre un hueco comunicativo con el pasado. Para dar explicaciones así, mera excusa para el desarrollo de la ficción, quizá mejor incluso prescindir de ellas: En Atrapado en el tiempo Bill Murray despertaba cada día en el 2 de febrero sin siquiera una vaga elucubración de su encierro temporal. Danny Rubin, su guionista, tuvo que vérselas moradas para defender la suficiencia del planteamiento sobre la lógica que querían plantear los productores, incluso llegó a redactar una escena de maldición gitana que habría arruinado su personalidad y la explicación de karma subyacente que por sutil resulta mucho más significativa.
El problema de una idea tan anormal como la de Premonición es que, reduciendo sus explicaciones ha de apoyar en su contenido su razón de ser. En lo que se refiere a las explicaciones, en un determinado momento, su protagonista busca consuelo espiritual eclesiástico en inyección de moralina, y un sabio párroco le explica que “la naturaleza aborrece el vacío, incluso el espiritual”. Tan visionaria afirmación serviría para explicar de paso los recurrentes quehaceres de Bill Murray, de no ser porque más allá de ser una unión de palabras para que el público menos reflexivo anote la explicación como dada, esta es asombrosamente inútil, y da una visión de la naturaleza particularmente inquietante.
Prescindiendo pues de la explicación, la psicología de los personajes al enfrentarse a la angustia y la locura, su aislamiento, su forma de encarar las emociones han de ser el sustento esencial de la película. Con un drama como eje, la idea de poner el matrimonio en cuestión y someterlo a la trascendentalidad de su salvación ha de dar con alguna reflexión o un romanticismo que Mennan Yapo como director es simplemente incapaz siquiera de intuir, confiando en todo momento en el misterio de los tonos de la banda sonora y en algún coqueteo con el suspense afortunadamente reprimido. Desprovisto de un lenguaje que comunique con un mínimo de elocuencia implicaciones ante el fenómeno –las limitaciones propias del guionista de Buscando a Eva, Bill Kelly son un muro infranqueable–, este queda como una curiosidad anecdótica y caprichosa, limitada a que uno se pregunte por la simpleza y verosimilitud de las reacciones de su protagonista y su cuestionable humanidad.
Por si esto fuera poco, la otra dirección que pretende Premonición es la de jugar con el determinismo, con la posibilidad de alterar el futuro desde su conocimiento, y ahí queda incluso peor parada: en demasiadas decisiones Linda tiene demasiado fácil evitar los daños pero la escasa pericia de la que le ha dotado el torpe guión lleva de la irritación inicial a la apatía cuando pronto vemos que es una causa perdida. El argumento impone un camino que el guión no puede defender, la decisión final, irrelevante en el camino que elija –y una supuesta valentía no le salva de la quema – es un punto caprichosamente marcado dentro de un proceso creativo demasiado absurdo en el que una vez más podemos recordar que más que el sentido (que faltaba de raíz), lo que fallan es las formas.