En un episodio no demasiado lejano en el tiempo de la hilarante The Big Bang Theory se lograba sacar bastante jugo al hecho de que la figura de Indiana Jones dentro de En busca del arca perdida (1981) sea irrelevante, ya que según la tesis que promulgaba uno de los personajes de dicha serie tanto da que el famoso arqueólogo no hubiera hecho acto de presencia en la mentada cinta, porque los sucesos que en ella tienen lugar hubieran acontecido de igual modo.
Esto viene a cuento de que el personaje interpretado por Keanu Reeves, principal reclamo de La leyenda del samurái, tampoco es que se pueda decir que sea imprescindible dentro del filme que –supuestamente– protagoniza de forma estelar, y que supone su regreso a una gran producción desde que en 2008 encabezara la discreta Ultimátum a la Tierra. Es más, no resulta nada osado asegurar que cuando el actor no aparece en pantalla la película gana enteros, permitiendo que nos olvidemos de su inexpresividad y de su escaso gracejo para componer un papel con carisma.
Por lo demás, y más allá de trampas promocionales –¿qué pinta ese pistolero tatuado en el póster y el tráiler, cuando apenas aparece en una escena?–, nos hallamos ante una cinta donde la venganza y el honor se unen para urdir una trama no excesivamente novedosa: un grupo de samuráis cuyo señor ha sido ajusticiado debido a la traición de un rival tratarán de resarcirse, y buscarán un desagravio pese a que ello se les haya prohibido de forma explícita por el shogun, máxima autoridad de la región. Aquí habrá espacio, pues, para la duda y para albergar distintas reflexiones filosóficas tan del gusto oriental.
La recreación del Japón feudal es correcta, una vez que transcurren los primeros minutos y pasamos por alto la leve sensación de estar ante escenarios y ropajes de cartón-piedra. No entusiasman en exceso los estereotipos que se manejan –malos de opereta, roles femeninos tristemente predecibles– ni lo irrisorio de determinadas situaciones, pero pese a todo la insulsa narración funciona lo justo como para que no salgamos huyendo del cine. Más en la senda de El Señor de los Anillos que de Tigre y dragón (no esperen ver interminables luchas coreografiadas), esta recreación de la leyenda nipona de los 47 ronin va aprobando por los pelos hasta que se lanza de lleno a una resolución bastante animada, y que probablemente deje una mejor sensación de la que se merece un conjunto tan poco destacable.
El personaje del veterano Hiroyuki Sanada, ya visto en la reciente Lobezno inmortal, es la auténtica figura a destacar en un libreto pergeñado a medias entre Hossein Amini (Drive, Blancanieves y la leyenda del cazador) y Chris Morgan (uno de los guionistas básicos de la saga Fast & Furious), y que supone el debut en largometraje de Carl Erik Rinsch, hasta la fecha conocido por sus anuncios televisivos y por vídeos musicales. Tampoco es que se le pudiera pedir mucho a un equipo de estas características.