Un documental simplemente correcto pero con un, hoy más que nunca, meritorio mensaje: la música, el arte, no son lujos, son necesidades
Hasta que decida asestarnos arbitraria y despiadadamente el tiro en la nuca, hay dos modos de afrontar la vida: una, la común, plegarse a sus requerimientos de acuerdo con los impulsos primarios del instinto de supervivencia y la adaptabilidad gregaria. La otra, la “senda menos transitada” en palabras de Robert Frost, supone hacer de la existencia nuestra existencia a través del cuestionamiento de la realidad, la curiosidad intelectual y la creación artística. En el fondo no hablamos de una elección; transitar una u otra senda está en función de aspectos incontrolables relacionados con el carácter y las circunstancias. Pero como señala este documental realizado por el español Enrique Sánchez Lansch y el alemán Thomas Grube, todos disponemos del potencial suficiente como para, al menos, asomarnos a ese camino poco frecuentado, y calibrar si volvemos atrás y esperamos la muerte confundidos entre la manada, o damos un paso y nos adentramos en la realidad alternativa de las personas.
Los doscientos cincuenta escolares que protagonizan ¡Esto es ritmo! tuvieron la suerte de tener como guía en tal decisión a la Orquesta Filarmónica de Berlín, que bajo la batuta del británico Simon Rattle desarrolla desde hace pocos años una serie de proyectos pedagógicos entre los que se contó inauguralmente una representación del ballet de Igor Stravinski “La Consagración de la Primavera” a cargo de jóvenes de todas las edades y razas sin conocimientos previos de música clásica ni de baile.
El documental sigue los ensayos preparatorios de los chicos a lo largo de tres meses. Un periodo en el que se suceden los abandonos y las epifanías así como la asimilación, por parte de los más voluntariosos y despiertos, de los sabios postulados que enuncia el veterano profesor de danza Royston Maldoom: el silencio, la autoexigencia, el rigor y la búsqueda de la excelencia son requisitos obligatorios para quien pretenda descollar en cualquier disciplina creativa. Y quien diga lo contrario se engaña a sí mismo y engaña a los demás.
Se trata por supuesto de un ideario muy impopular, del todo ajeno a la banalidad y la autocomplacencia que gobiernan con mano férrea nuestro panorama sociocultural. Por ello debemos destacarlo como lo más meritorio de una película que, por lo demás, peca paradójicamente de cierta mediocridad. Ni en su género propone nada nuevo o complejo, alternando de manera poco trabajada ensayos orquestales y de baile con reflexiones a vuelapluma de Rattle, Maldoom y tres chavales, ni como expresión de unas ideas se atreve a llevarlas demasiado lejos, prefiriendo contemporizar por aquello de no estropear el espíritu lúdico y didáctico de la propuesta.
Como consecuencia, ¡Esto es ritmo! es un documental al que quizás la exhibición cinematográfica le venga un poco grande. Posiblemente tenga más sentido exhibido en DVD como apoyo psicológico para adolescentes lobotomizados por la litrona y los sms, treintañeras que todavía no sepan si el sentido de su vida reside en aprender a tocar el piano o en echarse al enésimo tarugo entre las piernas, y jubilados que agotan sus últimos cartuchos en salones de baile con bingo. Con que alguno descubra que, como dice Simon Rattle, “la música [el arte] no es un lujo, es una necesidad”, y redecore su vida, ya habrá valido la pena la producción de la película.