Haciendo balance de la cantidad de dramas psicológicos que han inundado últimamente las salas, quizá sea precipitado adjudicar tal calificativo al filme que nos ocupa. Y es que Mi hijo parece jugar en otra liga. Las razones que nos llevan a pensar de tal forma son fáciles de explicar dado que la cinta en cuestión viene del país vecino. Ante esta afirmación, damos por hecho que las escenas de acción, con los típicos golpes de efecto tanto visuales como acústicos empleados en la industria del entrenimiento por excelencia, son suplidos aquí por el íntimo juego de miradas silenciosas capaces de ofrecer una lectura más elocuente.
Al igual que su colega Claude Chabrol, el debutante Martial Fougeron nos brinda un feroz discurso en el que se palpa la complejidad de las relaciones personales en las entrañas de una familia burguesa. La inquietud de este cineasta por lo excesivo le ha llevado a explorar terrenos tortuosos al diseccionar la obsesiva relación de una madre por su hijo. Ella, ama de casa, de educación encorsetada, apesadumbrada por cargar con las frustraciones de su matrimonio se refugia en el amor insano hacia el adolescente que no sabe como complacer a su madre. El padre (Olivier Gourmet), profesor universitario, mira hacia otro lado mientras la energía vital de su vástago se va consumiendo poco a poco ante su indiferencia. La cobardia del padre se ve compensada por la madurez de la hija mayor, consciente en todo momento de la dolorosa situación.
Valiéndose de un ambiente claustrofóbico, Martial confecciona un oscuro retrato materno filial bajo la aparente normalidad familiar que se aprecia de puertas afuera, en la línea de otro gran cineasta acostumbrado a lidiar con historias de complejo entramado disfrazado de perfecto costumbrismo, Michael Haneke (Caché). Para encarnar a esa madre desquiciada, nadie mejor que la actriz francesa Nathalie Baye (Una relación privada, Atrápame si puedes) de larga trayectoria y cuyo absorbente papel le valió la Concha de Plata en el pasado Festival de San Sebastián.
Filme trágico, intenso, provocador, doloroso, no comulga con el drama psicológico al uso, sino que exprime hasta el límite una situación insoportable sin necesidad de artificios, simplemente con la creación de una atmósfera irrespirable en la que solo tienen cabida el talento interpretativo de todo su reparto.