Basada en el relato de James Thurber que ya fue adaptado al cine en 1947 con el protagonismo de Danny Kaye, esta versión dirigida y protagonizada por Ben Stiller ha seducido de forma generalizada a público y crítica basándose en su habilidad para apelar a algunas de las sensibilidades de estos tiempos: en una época en que cada vez es más difícil o hay menos motivos para soñar, Mitty lo hace de forma constante desdeñando inevitablemente el molesto ruido a su alrededor, huyendo con su imaginación de un trabajo rutinario y condenado. La posibilidad de vivir todo lo que no ha vivido cuando su horizonte profesional se oscurece, da para lo que en el fondo es un típico canto a la libertad y al optimismo que irracionalmente muchos espectadores deciden asumir haciendo de sus dos horas de andanzas con aires de autoayuda, una ventana a la esperanza.
Con algo más de sentido crítico, lo cierto es que La vida secreta de Walter Mitty es una propuesta excesivamente cómoda en el empleo de sus recursos, que se complica lo justo en un argumento cuyos delirios ilusorios debían ser más eficaces, y que no deja de buscar el mensaje positivo por encima de la racionalidad, con menos chispa de lo deseable.
Steve Conrad, quien como guionista ya había reflejado distintos tipos de padecimiento del hombre aislado frente a las circunstancias en obras como El hombre del tiempo o En busca de la felicidad, actualiza la vida de Mitty rodeándolo con habilidad de un símbolo tambaleante que sucumbe a una crisis implacable: la caída de la icónica publicación Time, uno de tantos estandartes de una época superada y sin espacio para sus cualidades como producto tradicional, se erige como base para contraponer sus valores a la oquedad de las redes sociales y da pie para sentar el mensaje argumental de la cinta (a saber, cuanto más real es la vida de Mitty, menos necesidad de ficción y relaciones virtuales precisa). Lástima que todo su discurso se vea superado por una realidad implacable: al final de mes las facturas no se pagan con el buen rollo terapéutico de tramas bienintencionadas de un mensaje fácil hecho a medida, el optimismo sirve de bien poco cuando el margen para respirar es cada vez más y más pequeño.