Ejemplo tan voluntarioso como rutinario de cine negro, que sólo atraerá a los muy forofos del género
Entre El Abrazo de la Muerte (1949) y Memento (2000). Entre Forajidos (1946) y Fargo (1995). En la intersección de muchas cintas clásicas y contemporáneas de cine negro podríamos ubicar The Lookout, ópera prima del norteamericano Scott Frank que para colmo protagoniza Joseph Gordon-Levitt, principal intérprete de uno de los mejores film noir estrenados en los últimos años: Brick (2005).
No se trata, en principio, de menospreciar con tantas referencias el trabajo de Frank. Casi toda su experiencia como guionista, quince o veinte años, la ha acumulado en el mismo género. Bien en estado puro (Malicia, Prisioneros del Cielo), bien con pinceladas humorísticas (Cómo Conquistar Hollywood), románticas (Un Romance Muy Peligroso) y hasta fantásticas (Morir Todavía, Minority Report).
Otra cosa es que su innegable conocimiento de la Historia y los mecanismos del cine negro no le haya servido, en nuestra opinión, para trascenderlos en su primer trabajo como director. The Lookout es una cinta que abusa en su desarrollo narrativo de la memoria mnemotécnica respecto a los títulos citados y otros muchos, y que tampoco compensa esa falta de originalidad dramática con atrevimientos de ningún tipo en la puesta en escena.
El argumento se centra en Chris (Gordon-Levitt), un joven cuyo probable futuro como estrella del hockey se frustra cuando comete una imprudencia que le causa una lesión en el lóbulo frontal. Con problemas de memoria permanentes, se ve obligado a seguir un penoso proceso de recuperación que implica frecuentes consultas médicas, compartir vivienda con otro disminuido (un ciego, encarnado por el desaprovechado Jeff Daniels), trabajar sin mayores expectativas como operario de mantenimiento en un banco, y tener la seguridad de que nunca podrá escapar de la localidad típicamente midwestern donde nació, asolada por crudos inviernos y el peso de los recuerdos.
Es en estos primeros minutos donde The Lookout ofrece sus mayores cuotas de interés, pues como personaje Chris escapa al arquetipo clásico del género. No se trata de una persona malbaratada por la vida desde su nacimiento, un tipo duro que sucumbiría naturalmente en algún sórdido callejón. Sino de un chico de hoy, que lo tenía todo y lo ha perdido. Un chico que debe elegir entre superar con tesón y madurez el revés con que le ha castigado su propia estupidez, o dar marcha atrás aun a costa de falsear de manera ilusa e irresponsable el rumbo lógico de las cosas.
En este punto arranca la anécdota criminal del film, y también lo superficial, lo esquemático, lo recurrente. Que el espectador prediga cada paso que van a seguir los acontecimientos, y que ante cada uno de ellos se le aparezcan otras dos o tres películas donde el tema se resolvió con más ingenio o profundidad, es una mala señal que termina conduciendo al desinterés. Y no ayuda nada su formulación visual: el formato panorámico no resalta ni los escenarios ni los conflictos entre los personajes, y tampoco contribuye a crear una atmósfera determinada. Por el contrario, deja en evidencia la modestia de la producción.
Si a eso añadimos un final tan complaciente como telegráfico que recuerda al de una serie para adolescentes, no cabe más que echar de menos una distribución estrictamente videográfica o televisiva de la película, que seguramente le haría más justicia. Será así, en cualquier caso, como pueda ganarse una reputación, ya que su estreno cinematográfico no ha sido precisamente cuidado, y dudamos que salvo cuatro fanáticos del thriller o el noir alguien se decida a verla antes de que desaparezca de cartel.