Las familias siempre han ofrecido un caldo de cultivo especialmente propicio para desarrollar una serie de situaciones que resultan atractivas de cara a los amantes de los relatos repletos de conflictos, reproches y secretos. Títulos tan dispares –temporalmente, pero también en lo relativo a su procedencia– como Secretos y mentiras (Mike Leigh, 1996), Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), El Skylab (Julie Delpy, 2011) o la más reciente La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo, 2013) son apenas unos pocos ejemplos de lo que podríamos considerar casi un subgénero en sí mismo: la disección (más o menos trascendente) de un grupo de personajes emparentados por la sangre que se halla al borde del colapso en un sentido o en otro.
En ese sentido, Agosto no supone un soplo de aire fresco dentro de esta parcela. La procedencia teatral del argumento –adaptado por la propia autora, Tracy Letts– es obvia, ya que el realizador John Wells (quien ya firmara la notable The Company Men) no ha pretendido en ningún momento ocultarla, quedando algo desdibujada su labor detrás de las cámaras. Tampoco la historia ofrece unos alicientes lo suficientemente novedosos como para lograr atraparnos y embelesarnos de principio a fin: aunque en general los distintos elementos y subtramas estén bien llevados, los pasos que se siguen en todos ellos se nos antojan algo rutinarios en un producto de estas características.
Sin embargo, y por encima de estos defectos –los espectadores que no soporten una excesiva verbalización de lo narrado acabarán saturados– destacan unos diálogos que saben ser certeros en buena parte del metraje, un retrato amargo de una familia aparentemente normal (aunque la cantidad de conejos que se sacan de la chistera rozan el ridículo) y principalmente un grupo de actores muy conocidos y bien elegidos que rozan el sobresaliente, destacando el duelo interpretativo entre Meryl Streep y Julia Roberts sobre un conjunto donde los personajes masculinos tienen mucho menos peso que sus compañeras.
Así pues, nos hallamos ante un fresco cáustico y desgarrado pero también desmesurado, artificioso y excesivamente melodramático que podría haber logrado mayores cotas, aunque pese a su condición de culebrón bien redactado (y a una cierta falta de chispa y de empatía hacia los personajes) logra el clima justo para que no podamos dejar de prestar atención a los movimientos y las palabras de un elenco tan estupendo como el que se ha reunido para la adaptación de esta obra de teatro.