Reconozcámoslo: después de la sólida Invictus (2009) del casi siempre fiable Clint Eastwood va a resultar difícil que un relato en torno a la ya mítica figura de Nelson Mandela consiga las cotas de humanidad y emoción logradas por aquella. Pese a todo, y casi coincidiendo con el deceso del primer presidente democrático de Sudáfrica, nos llega de la mano de Justin Chadwick –realizador de Las hermanas Bolena (2008), así como de varias producciones televisivas británicas– la adaptación de la autobiografía oficial del mandatario africano.
El film ilustra con corrección una etapa que abarca desde los años en que Mandela trabajaba como abogado hasta su elección como hombre de máximo poder en su país. En él vamos pasando por distintas fases de su vida, destacando sus tempranas ansias de no rendirse ante la opresión, para pugnar por conseguir a través de la violencia –y como parte del Congreso Nacional Africano– la caída del régimen blanco dominante en Sudáfrica. Más adelante nos sumergiremos en los veintisiete años que pasó encarcelado, así como en los hechos posteriores a su liberación. De hecho, la conclusión vendría a enlazar casi directamente con el arranque de la mentada Invictus.
Pese a que sea justo y necesario que contemos con un relato que cubra la vida de esta excepcional figura, también es cierto que finalmente nos queda esa sensación que tantas veces nos asalta tras el visionado de biopics como este: hay partes que se han colocado buscando una mayor comercialidad, pero que perfectamente podrían haberse aligerado (los aspectos más centrados en su faceta amorosa); además, en general parece que avancemos a trompicones, pasando por encima de ciertas motivaciones y dejando un regusto a obra incompleta y sin redondear (no acabamos de entender cómo llegó a convertirse en un ídolo de masas, o por qué se luchó tanto por su puesta en libertad).
Academicista y superficial en demasiados momentos, el guión de William Nicholson (Los miserables, Gladiator) no corre riesgos ni incluye los suficientes alicientes como para que el visionado de esta cinta deba ser más obligado que el de los documentales televisivos que a buen seguro irán apareciendo en el futuro, glosando de forma más clara y exhaustiva las circunstancias y las virtudes de su protagonista. Eso sí, queda para la posteridad la interpretación de un Idris Elba pletórico, que sale de su ligero encasillamiento de dar vida a tipos duros y rudos –va camino de ser el nuevo Samuel L. Jackson– para mostrar más matices, demostrando estar a la altura del reto aquí planteado.