A la hora de acercarnos a realidades inaccesibles, pocos recursos tan valiosos como el cine. Tanto da si se trata de asomarnos a las profundidades del espacio, las lejanas tierras de Mordor o a unas desquiciadas oficinas de Wall Street: lo que antes eran solo ideas se convierten en algo tangible.
Sí, está aquello de que la realidad supera a la ficción, de que la estética del cine y su cuidado empleo del timing poco tiene que ver con la vulgaridad del mundo que nos rodea… pero a pesar de ello podemos afirmar sin pudor que entre subprimes, intereses artificialmente bajos y emisiones de deuda pública decontroladas, pocas explicaciones tan claras se han dado a la crisis actual, como la que nos brinda El lobo de Wall Street. Ahí queda eso.
Anteriormente, documentales como Inside Job, habían tratado con oficio de brindarnos un buen muestrario de cómo funciona entre bambalinas la farsa económica que rige nuestras vidas. Solo que mientras allí su tono se volvía necesariamente plúmbeo para los espectadores inquietos, Scorsese monta una fiesta de tres horas, y en su orgía de excesos nos acaba contando lo mismo –personificando en Jordan Belfort, y con base en hechos reales–, para subrayar incluso más conceptos, pero de una forma escandalosamente divertida.
Quien escribe estas líneas tiene la cansina fijación de preocuparse por las reacciones de un tipo de espectador a cosas que claramente le exceden. Si en una cinta hay abundantes desnudos, desmadre de estupefacientes hasta el paroxismo, eso y las estridencias del protagonista al describir su estafa a gran escala cegará al despistado en lugar de hacerle plantearse que en el núcleo de todo este sistema que nos gobierna desde un puñado de oficinas como las retratadas, haya gente manejando los restortes de la economía con similar impunidad a la de Belfort. Y sí, algunos de estos personajes caen, antes o después. Mientras otros persisten intocables, mirándonos con indiferencia desde las alturas.
En lo que se refiere al ritmo de una cinta que se toma la libertad de durar tanto como esas interminables peleas de Elfos y Hobbits contra veteasaberquién, Scorsese muestra su buen estado de forma al administrar un pulso con todas las habilidades y recursos para que el relato sea completo. Plantea las dudas sobre qué dejó censurado, qué más debía contar según su perspectiva inicial antes de recortar metraje ante las repetidas presiones de la distribuidora. Pero el ascenso y caída de su protagonista no solo es una versión sublimada de Desmadre a la Americana con toque docudrama, es una explicación esquemática de lo que sucede cuando ciega el poder y hay espacio para que el hombre sea el animal del que nunca quiso evolucionar. Y si el espectador es justo consigo mismo, quizá sepa reconocer a su mejor versión en la mirada inocente del personaje que encarna magistralmente DiCaprio al inicio de su travesía, y sea justo al admitir que quizá con la posibilidad por delante correrse esa fiesta de años y pagar después su precio, esta sea una opción tan egoísta como razonable.