Si recuerdan aquella escena de El último gran héroe (John McTiernan, 1993) donde Arnold Schwarzenegger interpretaba a un Hamlet hiperviolento –demostrando qué suele pasar con ciertos clásicos y personajes míticos tras pasar por la trituradora de Hollywood– más o menos pueden hacerse una idea de por dónde van los tiros en Hércules: El origen de la leyenda, donde poco queda del héroe mitológico que hasta ahora conocíamos. Siguiendo la regla no escrita apuntada de forma satírica en aquella cinta del ex gobernador de California, cualquier vestigio de fidelidad a las fabulaciones originales se sacrifica en aras de lograr atraer a un público mayoritario a las salas de proyección.
Tras los mandos de este proyecto se sitúa Renny Harlin, figura realmente ducha en productos de acción (La Jungla 2, Máximo riesgo, Deep Blue Sea, Driven), quien básicamente se limita –imaginamos que bajo imposición del gran estudio detrás de todo esto– a seguir la estela visual de títulos inscritos dentro de este subgénero, a mitad de camino entre lo mitológico y el péplum, que han marcado tendencia en años recientes, tales como 300 (Zack Snyder, 2006), Furia de titanes (Louis Leterrier, 2010) o Immortals (Tarsem Singh, 2011), aunque también con un ojo en las diversas encarnaciones de la televisiva Spartacus. Todo ello sin olvidar en lo argumental a un título tan emblemático como Gladiator (Ridley Scott, 2000).
Como apuntábamos antes, la figura de Hércules queda reducida a un mero estereotipo, y su lucha podría haber sido la de cualquier otro personaje con un nombre distinto. Una vez simplificados hasta el extremo el entorno y las características del héroe, solo queda embarcarlo en una trama simple y boba –escrita a ocho manos, para asegurar el empastre– que se concreta en imágenes de modo harto mediocre, rozando la serie B y sin un solo ápice de autoconciencia paródica. Eso sí, luego sus responsables se han aplicado con ahínco para lograr rellenar el metraje con un buen montón de peleas y batallas que abusan de los trucos ya vistos en primer lugar en la mentada 300, y que llegan a provocar un buen empacho en el espectador.
Como era de esperar, el film ofrece justamente lo que prometía el tráiler. Una pena que, más allá de las coreografías, los efectos especiales, la estética resultona y los pectorales de Kellan Lutz –un espanto de actor, dicho sea de paso, a quien ya vimos también en Immortals–, apenas quede el cartón piedra de un producto que únicamente satisfará a quienes acudan al cine esperando visionar una y otra vez la misma película de acción, clonada sin rubor hasta el fin de los tiempos.