Se convirtió en el éxito de la temporada en todos los teatros donde se representó en Inglaterra cosechando infinidad de galardones, situación que volvió a repetirse en Broadway consiguiendo seis premios Tony. Sólo era cuestión de tiempo que History boys adoptara el formato del celuloide y así ha sido por obra y gracia de Nicholas Hytner, director del Teatro Nacional de Londres, encargado de dirigir la obra y que cuenta ya con varias películas en su haber (La locura del Rey Jorge, Más que amigos). Fue decisión suya optar por el mismo reparto para narrar la preparación de unos brillantes estudiantes de una escuela masculina entusiasmados por ingresar en las universidades más prestigiosas de Inglaterra, Oxford y Cambridge. Entre sus preparadores se encuentra un peculiar profesor de literatura (Richard Griffiths, ganador de un Tony por este papel) y un joven licenciado que propone innovadores métodos de enseñanza (Stephen Campbell Moore).
El autor de la obra y guionista, Alan Bennet -ya trabajó con Nicholas Hytner en la traslación de otra obra suya La locura del Rey Jorge, nominada a los Oscar en varias categorias- plantea con esta historia un discurso elaborado en el que se puede dilucidar los diferentes tratamientos que sufre la interpretación de la docencia, discurso que queda irremediablemente diluido, a la vez que imposibilita que la película llegue a buen puerto. Este planteamiento queda plenamente justificado tras su visionado, traduciéndose en una narración destemplada, carente en todo momento de chispa emocional y donde los ocho alumnos son incapaces de mostrar algo de entidad.
Sentarse a ver History boys supone acceder a una clase de poesía de manos de unos jóvenes pedantes sin atisbo de sustancia que, para colmo, escenifican momentos cinematográficos y cantan sin poder evitar el sonrojo de media platea. Parece lógico pensar que los logros obtenidos en el teatro se han quedado fuera de la mesa de montaje de esta producción que nos deja a todas luces indiferentes, aunque haciendo un esfuerzo de contención se libra de la quema el veterano actor Richard Griffiths, dando vida a un profesor que bien recita poesía como le da por toquetear a sus pupilos. Da la impresión que un texto de tal magnitud podia quedar un tanto grande en su aspiración de plasmarlo en pantalla, situación que su director no ha podido superar anclándose en peroratas que no llevan a ninguna parte.