Han pasado dieciséis años desde que la industria estadounidense se hiciese por primera y única vez con los derechos para plasmar a su aire en el cine a Godzilla, la monumental criatura antediluviana que gestase en 1954 el estudio nipón Toho, convertida en todo un icono de la cultura popular gracias a docenas de películas y derivados multimedia que han regado el último medio siglo con las huellas del monstruo creado bajo el signo del terror atómico. Y, precisamente, esta segunda visión norteamericana de Godzilla nace con el propósito de hacer olvidar el mal sabor de boca dejado por la anterior, protagonizada en 1998 por Matthew Broderick y Jean Reno a las órdenes de Roland Emmerich; de aquella película, que apenas salvó los muebles económicamente y que la crítica masacró por su infantilismo y tosquedad, solo puede recordarse con agrado a fecha de hoy su banda sonora, que incluía canciones clásicas de David Bowie o Led Zeppelin reinterpretadas con inteligencia y sentido de la oportunidad por The Wallflowers o Puff Daddy.
Pero no solo Hollywood ha fallado en los últimos años con su solitaria aproximación a Godzilla. La propia industria japonesa ha agotado a lo largo del tiempo al monstruo, hasta el punto de que el espectacular título consagrado al mismo por Toho con motivo de su cincuentenario, 'Godzilla: Final Wars' (2004), fue un fracaso crítico y de taquilla sin precedentes en treinta años, y eso que contaba con el aliciente emocional de ser una propuesta con espíritu recopilatorio, enciclopédico. Los directivos de la compañía, decepcionados por la acogida a 'Final Wars', tomaron medidas tan drásticas como demoler el mítico estanque de agua que tantas veces había simulado representar el océano de donde surgía Godzilla, al tiempo que anunciaban pasarían diez años antes de que ellos produjesen otra película sobre el tema. Una medida estricta que pretendía asegurar una revitalización de la franquicia con calidad auténtica, respetuosa con el público.
Sin embargo, Toho fue liberada de esa responsabilidad en 2009: Legendary Pictures y Warner Bros. (responsables conjuntos de '300', ‘Origen’ o 'El Hombre de Acero') volvían a recuperar para Occidente los derechos sobre Godzilla —que TriStar Pictures dejó caducasen en 2003 pensando que el escenario post 11-S no era muy propicio a Godzilla—, con la promesa de honrar la creación ideada hace sesenta años por Ishirō Honda y Takeo Murata produciendo una película que, en palabras de Thomas Tull, directivo de Legendary, "sea la que como fans de Godzilla nos gustaría ver, que haga justicia a los elementos esenciales que han permitido al personaje sobrevivir durante tanto tiempo como referente de la cultura pop" (de hecho, el prólogo de la película transcurrirá en 1954).
Ya el eslogan de la 'Godzilla' de 2014 marca distancias con respecto al de la 'Godzilla' que firmase Emmerich, absolutamente vulgar: "El tamaño importa". Ahora se nos anuncia que "La llegada de un rey nunca es silenciosa", y a tono con esa sentencia épica se han invertido 160 millones de dólares en la producción; se ha confiado el guión sucesivamente a David Callaham (‘Los mercenarios’), Max Borenstein (cineasta independiente), David S. Goyer (responsable de la sinergia Warner/DC), Drew Pearce (‘Iron Man 3’) y Frank Darabont (artífice de ‘Cadena perpetua’, ‘La niebla’ y la serie ‘Los muertos vivientes’); y se ha encargado la dirección del film —tras negociarse con Guillermo del Toro— al británico Gareth Edwards, sensación de 2010 gracias a su ópera prima, significativamente titulada ‘Monsters’, y fan reconocido de Godzilla.