Se nos presenta la segunda película de Martha Fiennes (tras Onegin) como un análisis de las apariencias de la alta burguesía y una crítica al consumismo y a la pérdida de valores de la sociedad actual. Aunque es imposible desmentir este punto, no es menos cierto que hasta la fecha hemos topado con otros realizadores y otras cintas similares que han sabido hacerse un hueco en la memoria de los espectadores jugando con las mismas cartas, algo que dudamos consiga hacer esta Chromophobia (el título original tiene que ver con una obra de arte que aparece en el film).
Si es por análisis social, digamos que esta producción no llega a hacerle sombra al Sam Mendes de American Beauty, ni tiene la mordiente del siempre necesario Todd Solondz (Happiness), ni mucho menos cala tan hondo como Vidas cruzadas (Robert Altman) o las colaboraciones entre Alejandro González Iñárritu y su guionista habitual hasta la fecha Guillermo Arriaga (Amores perros, 21 gramos, Babel). Si algo caracteriza a Alta sociedad es una terrible asepsia que nos asalta desde la pantalla una vez superados los planteamientos iniciales de las distintas historias que componen este relato coral, y se echa de menos cualquiera de las características que convirtieron en referentes a las previamente mencionadas: ironía, humor, mala baba, afán de trascender, humanidad de sus personajes...
Partiendo del hecho de que los objetivos de la película ya han sido logrados por otros realizadores con anterioridad, queda preguntarse qué valores novedosos aporta Alta sociedad. Entre lo más destacable tenemos un cuidado diseño de producción que nos hace creíbles los diferentes escenarios donde se desarrolla la acción, y también sorprende agradablemente ver a los personajes moverse por las calles de Londres (en lugar del siempre socorrido Los Ángeles), que en manos de la directora aportan valores extra.
Pero como no todo van a ser ambientes y decorados, digamos que el guión consigue un aprobado justo, tirando de tópicos cuando no hay muchas ganas de elaborar algo más complicado, y no todos los personajes consiguen interesar al espectador. Así, por ejemplo, la historia de la prostituta y el asistente social (Penélope Cruz y Rhys Ifans, respectivamente) transita por unos caminos tan trillados que es fácil saber todo lo que va a suceder desde que ambos se encuentran por vez primera.
El resto de historias sencillamente aguantan el tipo (aunque Ralph Fiennes aparece más como reclamo de cara a la taquilla que otra cosa), pero tras más de dos horas sentado en la butaca cabe exigirle más a una producción tan pretenciosa, y culpable de ser demasiado correcta, cuando lo que debería haber hecho es poner patas arriba no sólo las vidas de los personajes, sino también nuestras conciencias.