Fetichismo, provocación, culpabilidad, asesinato... Estas son algunas de las claves recurrentes de un cineasta que logró materializar el suspense como nadie, mostrando aparente sencillez, pero una complejísima elaboración creativa.
Si en “Notorious” Hitchcock se vale de elegantes movimientos de cámara para narrar una deliciosa historia de amor y espionaje, en “La soga” el maestro decide poner en práctica una nueva técnica: adaptar la pieza teatral de Patrick Hamilton en larguísimos planos secuencia, logrando con ello un claustrofóbico clímax propiciado a su vez por la presencia de cinco personajes (sin contar el cadáver del arcón) reunidos en un solo decorado. En él, Brandon y su amante Phillip (John Dall y Farley Granger) emplean una cuerda para asesinar a un amigo común, al que ocultarán más tarde en el arcón que hará las veces de mesa donde los invitados (el padre y la novia de la víctima además de un profesor de filosofía) se dispondrán a disfrutar de una cena fría.
El film toca temas vigentes, como el abuso de poder frente a la debilidad humana o el ocultamiento de la verdad. La continuidad temporal de la narración (8 planos secuencia de diez minutos) intensifica el suspense necesario alertando así al espectador de lo que se avecina.
Con esta mordaz obra Hitchcock explora la perversidad de la mente criminal con morbosa ambigüedad moral. Sólo hay un personaje de rectitud intachable, el profesor que interpreta James Stewart que acabará frustrando los planes de los asesinos.
Así pues, el film resulta una obra fascinante que recurre más a las sorpresas de un guión de impecable factura, huyendo de efectismos baratos únicamente encargados de desviar la atención de la estructura narrativa.