Nebraska

A propósito de La Gran Estafa Americana, explicábamos una semana antes del estreno de la película que nos ocupa cómo no podía tratarse de algo casual que dos de las cintas más destacadas del presente año traten de distinta forma de la corrupción, enfocando a dos periodos diferentes, dándole dos tratamientos muy alejados el uno del otro, pero reportando un similar grado de fascinación hacia los grandes vividores del fraude que nos permitía preguntarnos por la empatía de quienes se encuentran al otro lado de la pantalla.

Ciertamente Nebraska -como casi cualquiera de las cintas de Alexander Payne-, juega en otra liga marcada entre otros aspectos por su interés por los primeros planos de una cotidianeidad cincelada por el absurdo que rodea gran parte de las experiencias humanas, algo que a priori la distancia en la forma y en el fondo de las antes citadas. Pero nos resulta interesante el contraste con aquellas teniendo en cuenta que su argumento gira sobre un falso premio recibido por el coprotagonista interpretado por Bruce Dern, la promesa de un millón de dólares que perturba su existencia y la de su familia hasta el punto de que su hijo David (Will Forte) se ve obligado a acompañarle a fingir su recogida contra toda lógica.

La familia Grant al completo.

Con esa base, Payne estaría sencillamente apuntando al otro lado de esos grandes estafadores que viven sobre la cima del mundo y cuyos espectaculares yates y meretrices son pagados en distintas formas por todos los estafados bajo sus pies, las víctimas de un sistema que les condena a vagar por vidas en blanco y negro en lo que es la opción estética de rodaje elegida por su realizador.

Profundizando en la muy lograda creación de sus personajes, en la frontera de la pura white trash americana –cuando no la han cruzado-, podría concluirse que muchos de los tipos que pueblan sus fotogramas no solo son carne de estafa, sino que merecen padecerla. Que su manera de aproximarse al dinero no difiere de la de los grandes defraudadores más allá de en sus limitaciones tanto en talento como en medios y oportunidad. Que, asomándonos a su submundo, resultaría evidente que la naturaleza humana de una inmensa mayoría sirve para explicar los males que nos asolan más allá de las figuras de los concretos culpables que relucen, y que son el fruto de un mal arraigado hasta cualquiera de sus capas inferiores. Una visión por tanto complementaria a la de El Lobo de Wall Street o La Gran Estafa Americana, grabada desde el otro lado del espejo.

Padre e hijo, en su tortuoso viaje en búsqueda del millón imposible.

Pero limitándolo a la experiencia vivida, Nebraska es ante todo un nuevo viaje al universo de las pequeñas y miserables existencias cotidianas del que brotan momentos de enorme humanidad y otros de un surrealismo puro. Una nueva constatación de que su realizador conoce muy bien este planeta putrefacto y la riqueza emocional que en ocasiones abona. Y en esta ocasión lo retrata con una fealdad tangible.

El reencuentro con el supuesto viejo amigo en esta road movie por las miserias humanas.