No parece por tanto fruto del azar que en estos tiempos dos películas den cuenta de una lucha solitaria por sobrevivir.
Aún a riesgo de resultar reiterativos, en las últimas semanas hemos unido a propósito de su temática a cintas como El Lobo de Wall Street y La Gran Estafa. Más allá de la tendencia de la crítica a forzar comparaciones o patrones, es evidente que existen tendencias que con mayor o menor fuerza imponen argumentos y géneros, que incluso como no hace demasiado tiempo explicábamos con la coincidencia de varias recuperaciones de Blancanieves en un plazo escaso, periódicamente dos o más versiones sobre una misma historia se abren paso a codazos en la taquilla. Hablando entonces sobre el tema, citábamos como razón de la coincidencia tanto especulaciones sobre espionaje industrial entre productoras, como sencillamente modas. O, más interesante aún, temas que de una forma más o menos evidente se encuentran en el ambiente.
Uno de los estrenos del pasado año y recientemente cubierto de premios Bafta fue Gravity. Una cinta que se aleja en muchos de sus rasgos de las señas habituales en las superproducciones y que nos lleva con enorme pericia técnica al lugar más sugerente posible para retratar una historia de supervivencia. Pues bien, cambiando decorado bien podríamos decir que la coincidencia de aquella con Cuando todo está perdido es tan casual como la de las dos citadas al inicio de este texto (El lobo, La Gran Estafa). A saber: donde en Gravity teníamos la inmensidad del espacio como lugar de aislamiento para una incomunicada Sandra Bullock, en Cuando todo… tenemos a Robert Redford perdido en el océano y con todo su moderno instrumental –más lo era el de la NASA- averiado por el agua. Si en Gravity una explosión intencionada de Rusia era la que prácticamente condenaba la supervivencia de la astronauta Stone, Redford padece el container extraviado de un buque de carga que al colisionar con su embarcación perturba su pacífica travesía, colocándolo en una situación tan límite como subraya su título.
Robert Redford, en plena lucha por arreglar los daños a su barco. |
No parece por tanto fruto del azar que en estos tiempos dos películas den cuenta de una lucha solitaria por sobrevivir, apuntando como sus causas en un caso a un estado en actitud de desdén hacia las consecuencias de sus actos, y en el segundo a esa industria que fabrica con explotación en un lado del mundo para reventar precios –y empleos- en el otro. Es más, si seguimos sin esfuerzo profundizando en esta línea, el avance de su historia nos permitiría comparar las peripecias del personaje de Redford con otras situaciones en que ante los estériles esfuerzos de supervivencia del ciudadano, sus gritos en el vacío ante mudas oficinas apenas dejan como opción inmolarse para llamar la atención ante el banco o gran empresa que desdeña su suerte. Cómo frente a los grandes engendros de la economía, a la hora de la verdad solo una persona puede ayudar a otra persona, y en tanto esta se mantenga al margen de esa estructura armada sobre nosotros.
Sin ‘techo’ y buscando sobrevivir de forma precaria. |
Si estas comparaciones resultasen demasiado derivativas, Cuando todo está perdido queda también como una experiencia emocional hábil al transmitir la desesperación de su protagonista ante los retos que le sirve el destino, tanto como para reflejar sus aflicciones en el rostro de la audiencia que padece como suya la angustia del barco a la deriva. Nos recuerda por el camino que, a veces, Cuando todo está perdido, al menos queda el cine.