Durante una cena en la que estaba presente Gerardo Herrero, una de las comensales comentó que tras cumplir los 40 años se sentía invisible ante los hombres. Al productor y director tan sincera observación le pareció una buena idea que podía ser tomada como punto de partida para una película. El proyecto finalmente ha visto la luz, y supone la tercera colaboración cinematográfica de Herrero con la escritora Belén Gopegui (tras Las razones de mis amigos y El principio de Arquímedes).
Luisa, la protagonista de Una mujer invisible, se da cuenta de que debido a su edad se ha hecho invisible para los hombres, y decide darle un vuelco a la situación. Para ello pondrá en marcha un plan que se dividirá en varios pasos. Guiada por los sabios consejos de su profesor de ping-pong y de una actriz teatral que representa Las amistades peligrosas en la ciudad donde reside, Luisa desarrolla una estrategia para conquistar a uno de los hombres que trabajan en su empresa, ganando seguridad en el proceso pero causando sin saberlo daños colaterales a la jovencita que mantiene una relación sentimental con el individuo.
Los responsables de la cinta no usan grandes artificios para llamar la atención del espectador, sino que han preferido intentar que los personajes que vemos en la pantalla sirvan de reflejo de lo que algunos podemos haber vivido. En ese sentido, la combinación de una base de humor a la que se van aplicando brochazos dramáticos funciona bien en líneas generales, y hay situaciones bastante logradas. Otras, sin embargo, son pequeños tropezones que evitan que podamos hablar de una película memorable.
Los diálogos que Belén Gopegui pone en boca de los personajes, excesivamente literarios, resultarán familiares a quienes hayan visionado sus dos colaboraciones anteriores con Gerardo Herrero. Si bien consiguen transmitir la idea que esta especie de manifiesto feminista filmado defiende, resulta chocante la pretenciosidad de demasiadas intervenciones del reparto de la película, por otro lado más que correcto, y a alguien que espere mayor naturalidad y cercanía este punto le resultará extraño. El recitar demasiado mecánico de María Bouzas, la actriz principal (de claro parecido con Carmen Maura), tampoco ayuda mucho a digerir según qué frases.
Resumiendo, una buena idea que no se ha sabido o podido desarrollar de un modo que trascienda y quede grabado en la memoria del espectador, salpicado de ocurrencias que funcionan más o menos bien, pero que tomadas al pie de la letra arruinarían la película. Bastaría, por ejemplo, con aceptar demasiado en serio las lecciones que se nos dan sobre el ping-pong como metáfora de la vida, o la relación que la protagonista establece con la actriz teatral, para que todo el castillo de naipes se viniera abajo y no quedara nada aprovechable. Por suerte el castillo, aunque tambaleante, aguanta.