Dos son las formas en que una película de sello europeo suele estrellarse tratando de ganarse un nombre. Una, aspirando a la diferenciación. Aquello de “somos diferentes, distintas sensibilidades, cine íntimo” y otras excusas folclóricas para justificar su falta de repercusión cuando no de talento. Dos, aspirando al remedo. Una vulgar ansia de imitación que justifica nuevamente su falta de medios y pericia en base al propio enfoque.
La marca del Lobo cuenta la historia de un joven americano que cae súbitamente enamorado -sin seguir trayectoria emocional alguna-, de una rumana que resulta ser una mujer-lobo. El argumento puede sonar similar al de Un hombre Lobo Americano en París, pero está desprovista de su sentido del humor negro, de sus salidas gore, de su aspecto “industrial” y en definitiva, de todo salvo la semejanza de la sinopsis.
La alemana Katja Von Garnier se deja llevar por la simpleza extrema de guión de Ehran Kruger, el autor denostado por Terry Gilliam del texto Los hermanos Grimm y al que este siempre culpó de los desajustes y falta de sustancia en el resultado final. Se le contagia algo de simpleza pero ella la magnifica, y ni las ayudas suministradas tibiamente por los productores licántropos de Underworld o lindezas como casposas continuaciones tipo Blade 2 o Los inmortales: el juego final (que añaden el componente estadounidense a una coproducción rumano-inglesa-alemana, ahí es nada), solucionan o aportan nada a lo que agarrarse. La fotografía de Brendan Galvin apenas logra ocultar algo de la vulgaridad estética, el montaje brioso de Martin Walsh (V de Vendetta) y sus intercalados de planos que anticipan secuencias posteriores contribuyen a recargar un rodaje saturado por cámaras en inquieto movimiento a pesar de la que podríamos calificar generosamente de “artesanía de medios”.
Por si esto fuera poco, las escenas de acción suelen traducirse en unas vergonzosas carreras de adolescentes-anticarisma dando saltos contra paredes en lo que se supone que es una demostración de algún tipo de poder infame. A la hora de mostrar el primer enfrentamiento contra un ominoso lobo sediento de sangre, avergüenza contemplar cómo este termina por tirarse a morder el camal del pantalón del atribulado protagonista en portentosa demostración de poder animal.
Resulta difícil pensar que los aficionados a mitos como el de los hombres lobo pueden sentirse seducidos por un enfoque occidental del este con aires de realización setentera en la exhibición pseudoturística de Rumanía y a la reducción a un romance y una disputa de bravuconadas indecorosas de lo que debería ser la tensión argumental. Lo cierto es que desgraciadamente para competir con producciones importantes hay que tratar de hacer las cosas algo mejor. Pero cuando uno no entiende que el enemigo hace algo más que lanzarse a atacar los zurcidos del pantalón difícilmente se puede tratar de hacer algo a la altura, o al menos algo provisto de un mínimo de dignidad. Y al final, la entrada cuesta lo mismo.