Hace poco más de un año, sor María, monja imputada por el robo sistemático de recién nacidos para su posterior venta, fallecía sin llegar a responder por ninguno de sus crímenes. La historia, desmenuzada a golpe de noticiario, dibujó una imagen de su perfidia que cuesta saber si llego a calarle como para que entendiera su endiablada naturaleza. Si tiramos de los muchos paralelismos con la historia de Philomena, la conclusión es desoladora.
De la misma forma que los casos españoles también han sido documentados en un libro bajo el título Historias Robadas (Enrique Vila, 2011) y posteriormente adaptadas en su caso a formato telefilm, Martin Sixsmith recogió la historia de Philomena Lee (The Lost Child of Philomena Lee, 2009) en un libro adaptado ahora por Stephen Frears. Este último opta en su salto al cine por desplazar el protagonismo del hijo robado del texto de Sixsmith, a la madre que padeció el despiadado trato de un convento irlandés.
A pesar de las posibles diferencias —y obviando comparaciones con la calidad de la adaptación española—Stephen Frears realiza una impecable exposición en que hay tanto espacio para que el relato se exprese con toda su crudeza, como para que los personajes y sus rasgos contrapuestos lo hagan crecer exponencialmente. La disección emocional es hábil cada una de sus secuencias, y lo es porque esos personajes están construidos con tal esmero que se hacen nítidos y reales, sus emociones son tan próximas como creíbles, y resulta fácil identificarse con sus reacciones más viscerales, emocionarse con las más humanas.
Las diferencias entre ambos protagonistas, autor del libro y madre en búsqueda de su hijo, dan con una pareja clave para enriquecer la visión de la cinta. |
En el retrato del aspecto perverso del asunto, donde más gratuitos podrían resultar sus subrayados, no hace falta tirar de esa realidad conocida con la que iniciábamos este texto para que se haga comprensible y creíble tan desquiciada representación del mal. Asistimos a una perversión retorcida de las convicciones religiosas en una de tantas muestras de cómo determinados seres espeluznantes se entregan al mal en nombre del bien guiados por su fanatismo, cómo su abyección no conoce límites cuando encuentra excusa para su falta de piedad.
Es en el punto en que no parece caber más crueldad cuando la dualidad de los personajes de Steve Coogan y Judi Dench resulta particularmente enriquecedora. La historia se vuelve incluso más valiosa y podemos ver el otro lado del espejo en que los ángeles y diablos que habían vivido bajo una consideración equivocada, ponen de manifiesto su auténtica naturaleza. Así, lo que para otros sería un telefilm, para Frears es una película imprescindible por su capacidad para fotografiar el alma humana.