El tan manido tema de las intromisiones angelicales entre los humanos, es resuelta magistralmente por Wim Wenders (una vez más) en esta obra de 1993, cuando ya temíamos encontrarnos ante otro bodrio políticamente correcto (Michael) o superficial y tangente (Dogma, K. Smith), como viene siendo habitual en las últimas entregas con esta temática de fondo.
En esta maratoniana película (146 min., aunque originalmente su metraje era de 164 min.), un ángel observador incapaz de comprender el ritmo de vida humano, deviene mortal y comienza un período de adaptación en el que el desarrollo del personaje está magníficamente tratado tanto por el guión y la dirección, como por el propio actor (Otto Sander).
En cuanto al reparto, además de las excelencias de Otto Sander, anonadado exángel que no consigue hacer siempre el bien, Willem Dafoe demuestra una vez más su experiencia en papeles de malo distante destinado al fracaso. Nastassja Kinski nos da el punto de estabilidad de lo divino (fantástica la escena en que mira a la cámara en el fotomatón, y que recuerda a la Ana Álvarez de La madre muerta de Bajo Ulloa), Peter Falk/Colombo hace de sí mismo una vez más y, por último, una corrección absoluta la de Bruno Ganz.
En definitiva, un vaivén de personajes que oscilan entre la fuerza y la debilidad, la victoria y la derrota, el éxito y la miseria, el heroísmo y la decadencia.
Wim Wenders, un enamorado de las road-movies (de hecho, así se llama la productora de la película), como ya se vio en Alice in the cities (1974), The Wrong Move (1975) y Kings of the road (1976), deja traslucir ese destino irrevocable al que por medio de una serie de hechos coyunturales, el personaje se ve arrastrado inexorablemente.
La película alterna el color y el b/n según la naturaleza de los personajes (humano/divino) con transiciones suaves. Esta bipolaridad continuada se remarca también con la alternancia de contrapicados y picados con una cámara que gusta de la espacialidad (fabulosa escena la de la plaza y los saltimbanquis) y la grúa (con una fotografía notable), relegando a la nimiedad los travelling y la steady.
Por último, esta película (Gran premio del jurado en Cannes 1993), nos lanza continuas cuestiones existenciales y gnoseológicas, con continuas referencias tanto a la percepción (ya sean realistas o idealistas) como al problema del tiempo, eje argumental de la película. Si el pensamiento de Bergson ilumina toda la película, podemos encontrar también apuntes heideggerianos e incluso kantianos, de los que Wenders, como alemán que es, seguro que ha bebido.
Por si faltaba algo que alabar de la película, hay guiños humorísticos y de culto (carteles de los Kinks, de los que Wim rodó un documental, por ejemplo), incluyendo los cameos de Lou Reed y Gorbachov. Además, la correcta música sólo toma protagonismo cuando es necesario, y apoya la "stimmung" del espectador en todo momento, encontrando habituales del director como los U2 (The Million Dollar Hotel, Wim Wenders) y Johnny Cash del Zooropa, Lou Reed o Nick Cave.
En definitiva, un largo al que cada vez que veamos podremos sacar más jugo, que parece fácil porque sólo da pistas de su contenido y que puede presumir de técnica, guión y realización.
¿Un defecto? Quizás le sobren 15 o 20 minutos de metraje. Claro que Bergson diría que eso es lo que a mí me ha parecido.