Con el estreno de 300 en el año 2006, dos tendencias se pusieron de manifiesto: una mayoritaria, admirando el potente estilo visual y sentido del ritmo que Zack Snyder impuso a la adaptación del cómic de Frank Miller; otra minoritaria, que por algún tipo de confusión parecía haber acudido al cine en búsqueda de alguna sosegada lección de historia y acabó en un frenético videojuego de épica desbordante.
Siendo una cinta de pura acción, una de las virtudes de 300 era la de dar forma a una experiencia que en su género resultaba plena. Algo que debía mucho a su estructura, perfectamente nivelada y que por tanto no precisaba de ningún apéndice añadido. Desgraciadamente, una continuación iba a resultar inevitable a la luz de su éxito, y nos atreveríamos a decir que ésta no solo viene con un menor atractivo, sino que incluso mengua al propio original: 300 llevaba la saturación el límite; el empacho sobrevolaba inevitablemente sobre una sucesión de escenas de lucha admirables por su nitidez a golpe de alteración de framerate. Su conclusión llegaba justo cuando debía hacerlo. Alargarlo un minuto más convierte a todo el conjunto en un recuerdo agotador.
Con 300: el origen de un imperio su lenguaje visual y el de sus discursos y su afectación se muestra menos equilibrado, quizá porque desprovisto de la novedad, todo luce en menor medida. Quizá porque acudiendo al circo de las Termópilas, cuesta prestar atención a sus largas historias y su voz en off de relato nos pillará fácilmente protegiéndonos de salpicaduras.
Tampoco se trata de que estamos ante una cinta mediocre, situación que probablemente terminará por concretarse en alguna otra inevitable secuela. Es solo que sus batallas no se salvan por un cambio de decorado que nos lleve a bordo de barcos condenados: la idea del sacrificio heroico quedó muy trillada en un desenlace remarcado hasta los goznes como para que la empatía acompañe en su revival.
Visto así, la falta del mismo nivel de impacto pese a sus constantes esfuerzos termina por remarcar su componente de musculación descerebrada, algo que en sí mismo anuncia cómo la saga acabará una vez quede limitada a una audiencia acrítica, obligada a padecer el mal de las indigestiones repetitivas que por tantas veces enunciado no deja de seguir sucediendo. Que pase la siguiente.