Al ritmo que se suceden las cintas de animación en nuestra cartelera, es obvio que cada nuevo estreno de este tipo tendría que contar con los suficientes alicientes para no meramente entretener, sino para además poder dejar algún tipo de poso o detalle más sustancial en los espectadores, algo que realmente lo haga perdurar en nuestra mente durante un tiempo y evite que se vea rápidamente sepultado por las avalanchas sucesivas de títulos generados por ordenador que llegan a nuestras pantallas.
En ese sentido, podemos aventurar que Las aventuras de Peabody y Sherman probablemente no llegará a constar en las listas de mejores filmes de animación del año en curso. La nueva cinta animada de Rob Minkoff –El rey león, Stuart Little– recupera a dos personajes creados por Jay Ward en la década de los 60 y que aparecían en unos cortos incluidos dentro del show de Rocky y Bullwinkle. La peculiaridad de la pareja es que se trata de un perro parlante multidisciplinar y de su hijo adoptivo humano que se embarcan en viajes temporales, con la ayuda de una máquina inventada por el propio sabueso.
Si bien la película trata de ser didáctica en lo referente a las lecciones de historia que trata de transmitir –con paradas en distintas épocas de la humanidad, del Egipto de los faraones al Renacimiento, pasando por la antigua Troya–, también es cierto que la maquinaria no gira con fluidez y a veces tenemos la sensación de que la trama discurre a trompicones, con segmentos de duración diversa pegados entre sí (ahora una persecución por aquí, ahora un poco de enredo por allá) que no terminan de casar del todo.
Más disfrutable por los pequeños de la casa (aunque las referencias a la ruptura del continuo espacio-temporal les superarán, mucho nos tememos) que por sus padres, el argumento termina por no importar demasiado, tratándose de una mera excusa para colocar a los protagonistas en diferentes escenarios. Y cuando precisamente dichos personajes principales resultan algo cargantes –un perro pedante que sabe hacer de todo, un niño que cae en bastantes de los habituales clichés– cuesta bastante permanecer pendiente de lo que sucede en pantalla en todo momento, por mucho que el nivel de la animación sea bueno.
Pecando de mecánica y vacía incluso en las partes donde más ritmo se le imprime, y por tanto más trepidante debería resultar –en Egipto solo falta la música de John Williams para la saga de Indiana Jones–, la verdad es que le falta mostrar un mayor grado de descaro (al estilo de Lluvia de albóndigas, por ejemplo, pese a todos los defectos de aquella) para conseguir configurar una propuesta realmente atractiva, más allá de que contenga varios toques de ingenio y de humor (basados en las figuras históricas que por allí se pasean y en el slapstick) que, eso sí, arrancan más de una sonrisa. Pero no basta con eso.