Señales de vida inteligente

Los admiradores de Hostel, es decir, tanto quienes justificaron aquella orgía de torturas y desmembramientos apelando al shock art, el grand guignol u otros conceptos vistosos, como quienes, en el fondo más honestos, se limitaron a regodearse morbosamente con el retrato detallado del dolor ajeno, se sentirán decepcionados con Hostel 2, secuela escrita y dirigida de nuevo por Eli Roth. El resto de la humanidad respirará en cambio con alivio, creyendo que al fin y al cabo Occidente no está tan enfermo, que todo tiene un límite. En cuanto a los cinéfilos, simplemente podrán disfrutar de algo parecido a una película.

Y ojo, no es que Hostel 2 sea una obra maestra. Roth sigue clonando con demasiada habilidad los resortes del pésimo cine de terror que devoró durante su juventud –recordemos también Cabin Fever (2002), primero de los tres largometrajes que ha realizado hasta la fecha- como para no pensar que son connaturales a su propio estilo. Están presentes, por tanto, los diálogos estúpidos en boca de monigotes que sólo esperan su turno para matar o morir; las situaciones vistas mil veces, resueltas mediante elipsis sin solución de continuidad, coincidencias sonrojantes y gags que combinan la ultraviolencia con un humor tan sutil como la ventosidad de un elefante; y la ilación flácida de planos carentes de relieve de ningún tipo.

Para colmo, y aunque aparezca en el prólogo del film Paxton (Jay Hernández), superviviente de la primera entrega, debería hablarse en puridad, como en el caso de la reciente El Retorno de los Malditos, de remake más que de secuela, pues el argumento es muy similar al de Hostel. Cambia únicamente el sexo de las víctimas: son ahora tres chicas estudiantes de arte las que, viajando por Europa, son atraídas hacia un balneario eslovaco presuntamente paradisiaco que es en realidad la tapadera de un negocio organizado de torturas que llevan a cabo millonarios degenerados. Están lejos los orígenes del boom de la secuela, la época en la que los responsables de productos como Regreso al Futuro II y III (1989-90), Robocop 2 (1990) o Depredador 2 (1990) eran tan ingenuos como para pensar que, puestos a sacarle dinero al público con una franquicia fílmica, existía al menos la obligación creativa de apostar en cada nueva entrega por profundizar en el universo ofrecido previamente. A principios del siglo XXI (nos remitimos a engendros como Piratas del Caribe: En el Fin del Mundo) basta con sacar a pasear a un reparto durante tres horas para completar una, y otra, y otra continuación.

Pero aun con la escasa originalidad y la tosquedad que presiden el guión y la realización, Hostel 2 supone un paso de gigante respecto a las anteriores películas del autor. Para empezar, el ensañamiento con las protagonistas no sólo es menor al temido (lo que propicia de paso algunas reflexiones sobre los límites de la incorrección política con la que coquetean en sus cintas Roth y sus amiguetes Quentin Tarantino y Robert Rodríguez), sino que en más de una situación se juega con las expectativas del voyeur sádico para luego frustrarlas. Se detecta además un intento, a veces respetuoso, a veces jocoso, por hacer del esquemático decorado eslavo donde vuelven a desarrollarse los hechos un referente más orgánico, como puede apreciarse en la banda sonora, en una secuencia ambientada en una fiesta popular, o en la escenificación de un crimen que aplaudiría la sangrienta condesa Erzsébet Báthory. Quizás lo más atractivo: al atender el guión a la psicología de dos clientes del horrendo parque temático, se amplían los puntos de vista y la narración pasa a ser algo más entretenida y compleja, característica anticipada por un momento que se cuenta posiblemente entre lo mejor que ha imaginado Roth en su breve carrera: una subasta electrónica de las pobres chicas entre magnates de todo el mundo mientras ellas, sin saber lo que les espera, toman posesión de sus habitaciones en el hotel de la localidad.

Repetimos que con estos razonamientos no pretendemos convencer a nadie de que nos hallamos ante una buena película. Pero sí señalar que, con todas sus limitaciones genéricas y de talento, su visionado no produce ni demasiada vergüenza ajena ni náuseas. Hablando de quien hablamos eso ya es mucho, y desde aquí no le vamos a afear a Roth el valor que ha tenido al intentar escapar al camino sin salida al que se dirigía. A lo mejor Hostel 2 es el comienzo de una previsiblemente larga y empinada escalada hacia la dignidad cinematográfica.