Película ambiciosa, muy meditada, que requiere del espectador una mirada inquisitiva
Como en su anterior película, Respiro (2002), el guionista y director italiano Emanuele Crialese demuestra poseer a la hora de contar Nuevo Mundo una sensibilidad especial para retratar entornos telúricos de su país natal, que saltan por los aires con la irrupción de figuras femeninas percibidas desde una óptica mágica, mítica, por los nativos masculinos, pero que obligan para ser obtenidas a la abolición del orden tradicional.
Si en Respiro la mujer desestabilizadora respondía al nombre revelador de Grazia (interpretada por Valeria Golino), en Nuevo Mundo se trata de la británica Lucy (Charlotte Gainsbourg); o, para el emigrante siciliano que parte hacia Estados Unidos con sus hermanos y su madre a principios del siglo XX sin saber ni una palabra de inglés, Salvatore Mancuso (Vincenzo Amato), Luce [Luz]. Lucy se une misteriosamente a la familia Mancuso cuando ésta se dispone a abandonar Italia para hacer realidad “el sueño americano”, y su presencia es claramente simbólica. Representa el faro que guiará a Vincenzo hacia una vida diferente, posiblemente mejor, pero a un alto coste: el de renunciar no sólo a aquellos parientes que por edad o condiciones físicas no dan la talla en la tierra prometida; también a un modo de vida con valores cimentados en una cotidianeidad inhóspita y a la vez firme, a favor de ideales y ensoñaciones que poco tienen que ver con la realidad.
No son casuales al respecto ni el contraste de medios físicos entre el plano inicial y el final de la cinta, ni que los emigrantes nunca lleguen a ver (tampoco el espectador) nada de la verdadera América más allá de la isla de Ellis, donde veinte millones de extranjeros fueron examinados y cribados entre 1892 y 1954 como medida preceptiva para su posible admisión en Estados Unidos. Nuevo Mundo desarrolla allí su tercer acto. El segundo abarca la travesía de los Mancuso y Lucy hasta la isla. Y el primero la Sicilia que dejan atrás. En los tres escenarios Crialese prima una figuración abstracta de cualidades casi pictóricas y, ya se ha apuntado, simbólicas, sobre lo convincente desde el punto de vista dramático o realista. El resultado es que nunca llegamos a implicarnos emocionalmente con la situación, como sí pasaba en ficciones más cálidas sobre el mismo tema como América, América (Elia Kazan, 1963) o El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974). Pero a cambio nos libramos del discurso vacuo y reduccionista sobre la emigración con que se nos bombardea a diario, discurso que Crialese afortunadamente trasciende: “Este film no ha sido una elección política o sociológica […] quise plasmar algo que fuera el fruto del imaginario colectivo”.
Ganadora con justicia del León de Plata al mejor director en el último Festival de Venecia, Nuevo Mundo es una película ambiciosa, muy meditada, y requiere consecuentemente del espectador una mirada inquisitiva que sepa extraer a sus imágenes todo su jugo.