Quién nos podía decir, hace una década, que íbamos a ver a Liam Neeson convertido en emblemática figura del cine de acción. Sin embargo, las dos entregas de Venganza, Sin identidad y algún que otro título más han terminado por encumbrar al actor al Olimpo de los justicieros repartidores de mamporros, siempre necesitado de relevos para gigantes del género como Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone.
Segunda colaboración de Neeson con el realizador español Jaume Collet-Serra, Non-stop (Sin escalas) se inscribe dentro del subgénero de thrillers a bordo de un avión, terreno donde en años recientes hemos podido visionar discretos títulos como Plan de vuelo: desaparecida, Vuelo nocturno o directamente infames como Serpientes en el avión. En ese sentido, no estamos ante un film que vaya a lograr poner de moda este tipo de relatos, pero al menos logrará aguantar el tipo con el paso de los años y probablemente nos topemos con ella frecuentemente en diversos pases televisivos.
Después de un arranque curioso, con un marshall que trata de detener los asesinatos que se están produciendo en el avión que le transporta a Londres –y en los cuales acaba viéndose implicado de cara al resto de viajeros, poniéndose en juego varias de las bazas del cine de falsos culpables–, la cinta es lo suficientemente habilidosa como para manteneros ocupados en todo momento con algo. El ritmo, el montaje, la tensión claustrofóbica y un diestro manejo de los recursos –giros de guión incluidos, faltaría más– consiguen que nos dejemos arrastrar por un argumento difícil de digerir de otro modo. Y es que en cuanto termina la proyección y nos ponemos a revisar todo lo acontecido durante la película comienzan a surgir las incoherencias y sinsentidos de un libreto solo apto para paladares generalistas y fanáticos de la acción.
Si bien rostros como el de Liam Neeson o la siempre hipnótica Julianne Moore ayudan a sostener el embaucamiento del espectador, de igual modo que hacen unos cuantos momentos sonados –destaquemos la pelea en el servicio o el clímax final–, dependerá mucho de lo estrictos que seamos juzgando una película que comulguemos o no con la poca credibilidad de casi todo lo que pasa en la pantalla, con los giros tramposos que terminan por descolocar –el jardín en que se han metido los guionistas es difícil de desenmarañar– y con la chapuza generalizada en la que nos sumergimos cada vez más. El entretenimiento está asegurado si uno es inmune a los ridículos ajenos, pero hay días en que cuesta rebajarse hasta esos extremos.