Los “danchi” eran los típicos apartamentos alineados que el gobierno nipón promovió a mediados de los años 50 bajo la agencia especial “Japanese Housing Coporation” (más conocida popularmente por “Urbane Renaissance Agency”), es decir, un equivalente a los pisos de protección oficial de aquí. Su construcción en los suburbios de las por aquel entonces medianas metrópolis niponas propició la creación de nuevos núcleos urbanos, en los que se ofrecían todo tipo de servicios y comodidades para que esas familias a las cuales se les había asignado uno de ellos (en la mayoría de los casos, familias con rentas bajas) solamente tuvieran que salir y desplazarse para ir a sus puestos de trabajo, además de fomentar el “baby boom”. Desde el punto de visto arquitectónico y económico, existen símiles comparables entre esa construcción desmesurada de barrios exprés con viviendas apiladas, y que con el tiempo pasaron a convertirse en ciudades dormitorio, y el famoso plan de Desarrollismo Español (aunque éste se inició a mediados de los años 60). Con este pretexto, Yoshihiro Nakamura, uno de los cineastas nipones actuales que mejor sabe como tratar ciertas problemáticas difíciles de explicar en el cine “mainstream”, sin caer en el dramatismo fácil o en el reduccionismo argumental del “blockbuster” autóctono (completamente vacío de contenido), con historias profundas y complejas, describe con mucha sensibilidad uno de estos barrios periféricos a través de un apesadumbrado chico que arrastra un trauma infantil que le impide salir de él.
Algo que se palpa en la historia de See you Tomorrow, Everyone (2013)a medida que avanza el metraje es precisamente la degradación que padecieron estos barrios a lo largo de las décadas; el desplazamiento de centenares de familias, una vez prosperaban, hacia otros barrios residenciales con más solera, dio como resultado un paulatino abandono de estas “ciudades dormitorio”, especialmente durante los años 80, siendo luego ocupados por inmigrantes. También le sirve al realizador como excusa para mostrar la evolución que ha sufrido Japón desde el final del Milagro Económico Japonés (finales de los 70) hasta el estallido de la burbuja económica (1993). Y lo hace narrando la deprimente historia de un chaval (interpretado por Gaku Hamada y su peculiar rostro) que, cuando era pequeño, sobrevivió a un apuñalamiento que un perturbado perpetuó en su clase; de resultas se recluyó entre su casa, cursando sus estudios desde su hogar, y las inmediaciones de su entorno, haciendo deporte y aprendiendo el oficio de pastelero gracias a la ayuda de un anciano que tiene el único negocio de la zona dedicado a la repostería. Su fobia le impedirá explorar nuevos horizontes urbanos, así como salir del “danchi”. Será allí cuando descubra su sexualidad, sus primeros amores y donde se ganará con el tiempo la confianza de sus vecinos, pero en su contra verá como todos sus amigos de instituto, a medida que van terminando sus estudios y prosperan, abandonan el lugar para formar nuevas familias. La única razón que tendrá para romper las cadenas que le han atado a ese deprimido barrio vendrá determinada por el colapso coronario que sufrirá su madre y al ingresar ésta en un hospital alejado del barrio no tenga más remedio que acudir urgentemente para hacerse cargo de ella.
A pesar de la deprimente vida del protagonista, Nakamura huye del dramatismo de telenovela, ese que promueve la lágrima fácil (de entrada, no utiliza ningún tipo de pista musical para acompañar a sus imágenes durante sus ciento veinte minutos de metraje, solo se nutre de canciones pop esporádicas). No obstante, en muchos momentos resulta imposible contener el llanto ante el sufrimiento reprimido del personaje, hace que te apiades de él y querrías que su situación fuese otra al final del filme (a pesar de que la conclusión no sea dramática y veas una evolución en su personalidad, ese cambio no es demasiado alentador para su futuro inminente). Esto nos hace pensar en el enorme proceso de construcción y trabajo de caracterización que debió efectuar Hamada para preparar su personaje, quien le da un tono frívolo ajustado a la fobia que padece. Nakamura, en este aspecto, trata con sumo respeto y sin condescendencia la problemática del personaje y, por ende, a todas las personas que padecen este tipo de traumas, logrando que se contagie al espectador de forma positiva, pues hace que nos concienciemos de la lucha personal de éstas, su batalla en sus foros internos para cicatrizar heridas muy profundas provocadas por energúmenos que habrían hecho bien sus padres en no haberlos tenido nunca en la vida. A pesar de la incertidumbre que despierta su final, es un filme vitalista, catártico, terapéutico, recomendable para todos aquellos que giran su mirada hacia los que no son como ellos.
Ediciones disponibles: editada en Inglaterra en DVD por la compañía especializada en cine asiático Third Window Films, en una edición que viene acompañada por una entrevista exclusiva a su director.