Si durante años y a propósito del cine de adaptaciones hemos argumentado que el respeto a su público natural debería ser uno de sus principales objetivos, resulta difícil cuestionar las últimas producciones Marvel en vista de la generalizada devoción que le rinden sus fans (incluso cuando el resultado es tan descaradamente mediocre como Thor 2, cinta inmediatamente anterior a la que nos ocupa).
Combinando fieles satisfechos con un público general entregado a la mezcla de marcas conocidas y acción efectista, tenemos una fórmula de éxito que mientras se mantenga alargará un fenómeno que lejos de dar síntomas de debilidad, parece crecer con el tiempo. De hecho, esta continuación de las aventuras del Capitán América, a pesar del débil currículum de muchos de sus responsables (sus guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely surgen de las anodinas tierras de Narnia; los hermanos Russo han crecido en el cine desde la primera del Capi) ofrece un resultado que hace pensar que los engranajes están perfectamente afinados y que lo que antes no se hacía bien por desidia (la misma que parece tener condenadas a las adaptaciones de videojuegos) ahora se vale de la experiencia y la hábil identificación de los elementos clave para que una producción de estas características funcione a pleno rendimiento.
Enumerando virtudes, a Capitán América: Soldado de Invierno hay que reconocerle un sentido creciente del ritmo establecido sin fisuras, una trama que gana en profundidad –más si la comparamos con la oquedad de apuestas circenses como la de Los Vengadores– y un sentido del espectáculo que apenas en su desenlace puede saturar por sus obligaciones con el concepto clásico de clímax-saturación. Entrar a cuestionar detalles argumentales o giros efectistas, habida cuenta de la funcionalidad de su propuesta como entretenimiento de calidad, es probablemente errar en la interpretación de lo que Capitán América aspira a ser, menos fina en su discurso que las cintas de Nolan, pero correcta al enarbolar una trama con fidelidad a los ingredientes de la casa.
Quizá algún rebelde entre la audiencia empiece a intuir el cansancio que genera el protagonismo del cómic en la industria del cine, quizá con razón entienda que el crecimiento de las tramas de este género es propio de la necesidad de dar libertad a sus creativos en vista de que todo depende de la capacidad de estos para reinvertarse, en un arma de doble filo que condena a demasiados productos por el solo hecho de que sus personajes no vistan trajes coloristas. Pero es justo reconocer cuando uno de los representantes del fenómeno ha hecho sus deberes: con la segunda de Capitán América estamos ante uno de los momentos dulces de Marvel en la gran pantalla.