Resulta curioso que Gibraltar llegue a las pantallas de nuestro país sin que podamos hallar huella en ella de su título original, máxime cuando se trata precisamente de unas tierras cercanas a nosotros que siempre han venido acompañadas de disputas y polémica (sin ir más lejos, cuando se redactan estas líneas los informativos dan cuenta de un nuevo rifirrafe acontecido en sus aguas). En su lugar nos quedamos con su subtítulo, ese The informant que nos habla bien a las claras de un protagonista que se convierte en chivato para el Servicio de Aduanas de Francia.
Basada en la novela autobiográfica de Marc Fievet, este thriller nos muestra cómo un individuo acuciado por las deudas cede a las presiones y termina por colaborar con la justicia para poner entre rejas a traficantes y contrabandistas de diversa índole que operan en Gibraltar, terreno propicio para dichas actividades ilícitas. Sin embargo, las acciones del protagonista –así como de las partes interesadas que le rodean– irán poniendo en marcha ciertos mecanismos y provocando algunas reacciones que irán derivando en un peligro inminente para él y su familia.
En su primera mitad el filme funciona bastante bien. La factura es correcta, los intérpretes te meten de lleno en la historia –excelente Gilles Lellouche– y el baile por diversas localizaciones y el uso de varios idiomas –francés, inglés, español, italiano, árabe– aportan dosis de interés a un relato que nos sumerge en la angustia de alguien que ha tomado una decisión incorrecta, con los riesgos que ello conlleva en el ambiente en que se mueve. No en vano podríamos encontrar parecidos con la también francesa Cuenta atrás (Fred Cavayé, 2010), con la que comparte actor principal, o la norteamericana El mensajero (Ric Roman Waugh, 2013).
Sin embargo, todavía queda un buen tramo hasta completar las casi dos horas de metraje, y ahí es donde la película de Julien Leclercq flaquea. La trama, que en ningún momento se aleja de su linealidad prevista, ya vista en otras cintas –y que además, incluye personajes que son puro cliché–, se torna más y más enrevesada, y cada nuevo personaje que se une a ella hace que el dibujo general se vaya volviendo confuso. Curiosamente son los burócratas implicados en la historia (siempre buscando el mayor interés para sí mismos o para sus gobiernos) los que la ahogan, obligando al protagonista y a los espectadores a dar varias vueltas sobre sí mismos que complican innecesariamente lo que podría haber sido un buen relato de cómo el ciudadano corriente puede ser aplastado por una vorágine como la que generan los poderes fácticos a su alrededor. Pese a todo, su firmeza casi constante y un final que deja un regusto muy amargo son bazas a tener en cuenta.