EL HIJO DE INDIANA JONES Y OTROS ACTORES
A estas alturas ya no es noticia que el protagonista de Transformers, Shia LaBeouf, vaya a serlo también de la cuarta aventura de Indiana Jones, en la que encarnará al hijo del arqueólogo interpretado por Harrison Ford. Lo que no deja de asombrar son las estrategias de la industria norteamericana, y en este caso de Steven Spielberg, para crear estrellas cinematográficas: Transformers y Disturbia, ambas producciones de Spielberg, están familiarizando al público con el rostro del joven actor para que su aparición en "Indiana Jones 4" no constituya un shock…
El ineludible interés romántico de LaBeouf en esta epopeya robótica es Megan Fox, a la que hemos podido ver en series televisivas como Hope & Faith y Dos Hombres y Medio. Si añadimos a Rachael Taylor (Man-Thing) y a Tyrese Gibson (2 Fast 2 Furious), comprenderemos que la calidad interpretativa, como es habitual en este tipo de films, no ha sido una prioridad para los productores, aunque en papeles de menor enjundia sí nos topamos con veteranos respetados como John Turturro (Barton Fink) o Jon Voight (Cowboy de Medianoche).
Completan el grueso del reparto las voces, fundamentales en una película protagonizada mayoritariamente por robots, de Peter Cullen como Optimus Prime (Cullen ya intervino en la versión animada de 1986), Keith David como Barricade, y del inevitable Hugo Weaving (The Matrix, El Señor de los Anillos) como el maléfico Megatrón.
MICHAEL BAY, UN AUTOR CONTROVERTIDO
Hay millones y millones y millones de personas que han pagado por ver mis películas. Es evidente que a alguien le gustan. Puede que no a los críticos. Pero yo no las hago para ellos. Con estas palabras, Michael Bay resumía en 2001 la esencia de su filmografía, tremendamente popular en lo que respecta a sus primeras realizaciones —Dos Policías Rebeldes (1995), La Roca (1996), Armageddon (1998)—, y duramente castigada por la crítica, que la consideraba el exponente más nefasto de la influencia que la publicidad y los vídeos musicales (campos en los que Bay se formó) han ejercido en la gramática cinematográfica.
A Bay le tienen sin cuidado la continuidad, la coherencia fotográfica, la lógica narrativa y la densidad dramática. Su obra prima los impulsos primarios y el espectáculo, y durante una época esos modos ciertamente autorales le procuraron grandes recaudaciones (Armageddon fue el año de su estreno la película más taquillera a nivel mundial). Ahora bien, en los últimos tiempos se ha producido una curiosa inversión de términos: mientras Pearl Harbor (2001) y La Isla (2005) perdían el favor del público, obligando a su director a rodar Dos Policías Rebeldes 2 (2003) o Transformers (2007), el relativismo creciente en materia crítica ha llevado a muchos, si no a considerar buenas las películas de Bay, sí a reconocerles méritos a cuenta de esa vulneración de la ortodoxia clásica. No ha faltado incluso quien ha comparado a este artífice de blockbusters con el cineasta experimental Stan Brakhage, al entender que sus películas confirman, con sus continuos atentados a lo que se ha entendido tradicionalmente por cine, la mirada inocente y revolucionaría de un niño. ¿Acabaremos viendo a Michael Bay en la portada del Cahiers du Cinéma?
LA IDEA GENIAL DE LOS JUGUETES TRANSFORMABLES
Puede que hoy nos parezca natural que los objetos de uso cotidiano, casi como las personas y las ideologías, presenten cualidades reversibles, transformables y multiuso. Pero, al menos en lo que respecta a los juguetes, en 1984 ningún niño occidental había visto nada igual a los Transformers. La compañía japonesa Hasbro combinó y renombró varias figuras de acción pertenecientes al catálogo de otra juguetera nipona, Takara, y desembarcó con ellas en Estados Unidos. Su novedad residía en que, gracias al movimiento de sus piezas, cada juguete podía ser un medio de transporte o un robot.
Los juguetes fueron secundados por una avalancha multimedia (folletos, cómics, una serie de animación) que proporcionaron un entorno dramático a las figuras, agrupadas en dos bandos —autobots y decepticons— en guerra civil por el dominio de su planeta natal, Cybertron. Los autobots, liderados por Optimus Prime, decidían abandonar Cybertron en un arca debido al agotamiento de las fuentes de energía, pero eran perseguidos por Megatron y demás decepticons y todos ellos se estrellaban en el fondo de un volcán terrestre en tiempos prehistóricos.
A estos primeros robots convertibles fueron uniéndose en el mercado los dinobots y los constructicons (primeros en poder unirse entre sí para dar lugar a criaturas mayores), los pretenders y los micromasters, los Transformers: Beast Wars y los Transformers Armada (con sus correspondientes series animadas), nuevas versiones de Optimus Prime y otros personajes relevantes… estos muñecos de acción han tenido tanta repercusión entre los niños de sucesivas generaciones que existe una convención anual estadounidense, la BotCon, consagrada en exclusiva al universo Transformer.