La nueva creación de Tarantino hunde sus raíces en el recuerdo nostálgico de una noche en un cine de verano, un recuerdo que le ha inspirado tanto a la hora de concebirla como a la de distribuirla, al presentarla de forma conjunta con “Planet Terror” de Robert Rodríguez, en una atípica sesión doble bajo el nombre de “Grind House”. La falta de costumbre de la sesión doble en Europa (y principalmente los malos resultados cosechados en taquilla estadounidense) han motivado que a nuestras salas lleguen por separado, perdiéndose posiblemente en el camino los jugosos trailers falsos que acompañaban a ambas en su presentación conjunta.
En cuanto a Death Proof, adolece de un excesivo protagonismo de la acción, (como ya ocurriera en Kill Bill VOL. 1), que devora por completo los tempos, el desarrollo de la historia y hasta el sentido común. El objetivo de su director es divertir al público, pero sobre todo a sí mismo, emulando todo lo que ama, hablando como sabe hacer de violencia, armas, cultura popular y cine. Tan cinéfilo como cineasta, menciona sin pudor a través de los labios de uno de los personajes las películas que le han inspirado para Death Proof. Estamos hablando de “Punto limite: cero” o “60 segundos” (la antigua, no en sus propias palabras “la mierda con Angelina Jolie”), aunque el argumento se acerca por momentos más a films como “El diablo sobre ruedas” de Spielberg.
Pero “Death Proof” bebe de tantas fuentes que llega a no parecerse a nada de lo que pretende imitar. La estética asume la condición de serie Z que viene rayada de serie, con frecuentes cortes y defectos en el metraje. Son especialmente remarcables los cinco minutos en blanco y negro, evidente guiño a Kill Bill, como también lo son el famoso silbido de Daryl Hannah, que suena en el móvil de una de las protagonistas, o la aparición estelar del Sheriff y su Hijo Número Uno en una escena con ecos de “Psicosis”.
Por otro lado y por si no fueran suficientes referencias cinéfilas, el argumento, (un loco persigue a jovencitas con un coche como única arma homicida), da vía libre a Tarantino para emular géneros totalmente diversos. Tracie Thoms, una de las actrices protagonistas la define como “una película slasher, una película de coches, una película de acción y una película de Quentin Tarantino”. Una locura, de difícil síntesis y fácil asimilación, hecha sin grandes pretensiones por una de los figuras más controvertidas del cine de los últimos años.
A lo largo de su metraje contemplaremos cómo el protagonista de tamaña locura, el mítico Kurt Russel, encarna al perturbado Stunt Mike, un doble de películas de acción que rememora tiempos mejores atropellando jovencitas. Pero no es el único doble que se pasea por la proyección, las arriesgadas y prolíficas escenas de acción obligaron a Tarantino a contratar a especialistas como actrices principales. Es el caso de Zoë Bell, doble de Uma Thurman en las escenas de acción de Kill Bill, y de Monica Staggs, doble de Daryl Hannah en la misma.
El resto del plantel lo completan nombres como Rosario Dawson, Rose McGowan o el propio Tarantino, en una composición coral eminentemente femenina. Ahí tira de la experiencia retratando mujeres fuertes que le ha permitido construir heroínas como Jakie Brown, solo que aquí los personajes no tienen aparentemente motivo alguno para estar preocupados: no son duras mujeres que se enfrentan a un gran reto, simplemente son universitarias borrachas con ganas de fiesta. Y aunque deje algunos diálogos memorables (como la apología de las armas que suelta una de las chicas), Tarantino no es Almodóvar, y da su propia visión de la psicología femenina, en donde las conversaciones, confesiones y anhelos adolecen de cierto maniqueísmo, de una vaga estereotipación que baja un poco el resultado final.
Sin embargo el objetivo es dejarnos pegados en la butaca, algo que consigue gracias a numerosos momentos frenéticos.