El cineasta vasco Eloy de la Iglesia, tras un parón considerable -"La estanquera de Vallecas" fue su último trabajo hace más de quince años-, vuelve a ponerse tras las cámaras. Y regresa por sus fueros, ya que a estas alturas, no se puede -ni se tiene- que cambiar de estilo o temática, y el director vasco hace gala de ello al retratar con "Los novios búlgaros" unos ambientes que no son nuevos en su filmografía.
Un joven ejecutivo gay se enamora perdidamente de un apolineo y rudo inmigrante búlgaro, metido en asuntos turbios hasta más allá de las orejas; su amor por él le lleva a involucrarse en ambientes sórdidos, de drogas y mafias de medio pelo, ambientes a los que el director vasco es aficionado a retratar -recordemos sus grandes éxitos de los 80 con "El Pico" y su secuela-.
El guión, escrito a pachas por el propio director con el actor protagonista del film -Fernando Guillén Cuervo en su mejor papel hasta la fecha- intenta que el delirio del protagonista, su "encoñamiento", sirva como motor a toda la historia, ya que es esa pulsión casi adolescente la que mueve a ese joven yuppie a centrar su vida en ese amor.
La historia funciona perfectamente durante casi todo su metraje; y digo casi porque la historia su mueve en todo momento en un tono realista pero se intenta introducir otra trama en mitad de la película que no acaba de funcionar, ya que el tono de ésta es más acorde con episodios del Inspector Gadget -delirante escena de con residuos nucleares incluídos-.