La mejor crónica sobre el fin del amor que hemos podido ver en muchos años
Pocas metáforas tan efectivas como la del viaje para dar cuenta de derivas emocionales. Y pocos medios tan efectivos como el cine para retratar cómo quienes se alejan de sus lugares habituales de residencia sienten florecer anhelos soterrados y se descubren a sí mismos las imposturas que rigen su cotidianeidad.
En lo que respecta al universo de la pareja, son muchas las películas que han adoptado la estructura del viaje para describir crisis y rupturas. Algunas, memorables: Desengaño (Dodsworth. William Wyler, 1936), Te Querré Siempre (Viaggio in Italia. Roberto Rossellini, 1954), Dos en la Carretera (Two for the Road. Stanley Donen, 1967), El Cielo Protector (The Sheltering Sky. Bernardo Bertolucci, 1990)... a ellas habrá que sumar desde ahora Los Climas, cuarto largometraje del guionista y realizador turco Nuri Bilge Ceylan.
De Ceylan pudimos ver en España hace unos años Lejano (Uzak. 2002), reflexión silenciosa y contemplativa en torno al sinsentido de la vida para las personas demasiado conscientes, que ganó en Cannes el Premio del Jurado y el de la FIPRESCI. Los Climas se ha hecho asimismo en el certamen francés con el Premio de la Crítica Internacional, y profundiza aun más en la misma veta existencialista, de la que Ceylan extrae conclusiones preciosas para la comprensión de la naturaleza humana.
Es probable que a esa hondura contribuya la manera artesanal en que está producida Los Climas. Sus principales actores son el propio cineasta —que comparte con su desagradable personaje, Isa, la afición por la fotografía (como ya sucedía en Lejano)—; y su esposa Ebru —en la ficción Bahar, esposa de Isa—. Las interpretaciones de ambos, encarnando a amantes hastiados el uno del otro que prueban a concederse una última oportunidad, son espléndidas.
Por su parte, la filmación fue registrada en vídeo de alta definición por "la flexibilidad" de ese formato, en palabras de Ceylan, aunque el film se exhibirá por lo general en 35 mm. En cualquier caso, la inmediatez y las limitaciones estéticas consustanciales a lo digital no implican la renuncia a un rigor visual y un preciosismo nada gratuitos, ya que sirven al propósito de realzar las miradas, los estados de ánimo, la soledad interior de los protagonistas en los lugares que recorren; trasladando al espectador los efectos de climatologías tanto o más psicológicas que meteorológicas con un uso del primer plano, las tomas frontales, las composiciones casi pictóricas, los enfoques y la profundidad de campo que conforman un hiperrealismo de dolorosa intensidad. El intimismo de las imágenes se ve acentuado por el sonido ambiente, la músicas diegética y extradiegética, y el recurso a ciertos objetos —un cajón, un fruto seco, una cajita de música— de resonancias tan sutiles como perturbadoras.
Con ese andamiaje formal Los Climas fija con precisión todas las fases de un fracaso sentimental devastador (¿hay alguno real que no lo sea?): desde el cansancio y la irritación que nos provoca la presencia del ser amado cuando nos ha decepcionado, a la añoranza que intentamos obviar con otros cuerpos; y del intento desesperado de reconciliación, al reconocimiento final de que aquel o aquella sin cuya presencia creímos imposible sobrevivir devendrá inevitablemente un recuerdo difuminado por la nieve del tiempo.
En estos tiempos de charlatanería lábil la siguiente consideración sonará agresiva o anticuada. Pero no se puede expresar de otra manera: Los Climas es una obra maestra absoluta.