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Pistol Opera

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 28 / 4 / 2014
Pantalla Invisible

Miyuki. Alias “Stray Cat”. Joven asesina que se encuentra en el tercer puesto del ranking mundial de los de su arriesgada profesión y que pretende convertirse en la número uno desafiando a sus otros dos oponentes. Punto final.

Así es como se puede resumir Pistol Opera (2001), una producción del algo desconocido y nonagenario Seijun Suzuki (sí, sí, tal y como lo oís, este impulsor de la “nouvelle vague” japonesa tiene ya 90 años cargados a sus espaldas), y que significó su vuelta como realizador después de casi diez años de ausencia. Ante una premisa tan simplificada, como es la historia principal de este divertimento, todo el mundo podría imaginar que se trataba de una operación comercial con tal de recuperar fondos perdidos después de tantos años sin rodar ningún filme; pues justo al contrario, ya que Suzuki, con tres ideas básicas para el guión, activa su mente con tal de ofrecer un producto digno de ser catalogado dentro del llamado cine de autor, en una línea vanguardista y un estilo visual equiparable al surrealismo de Luis Buñuel.

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La mejor elección para comprobar el talento de Suzuki, así como su estilo cinematográfico, es precisamente visionando Pistol Opera. Sin desvalorar en absoluto la obra previa de este maestro del cine nipón, me atrevo a afirmar que es su trabajo más completo, no argumentalmente, sino a nivel visual. Para empezar, el choque visual que produce los bruscos cambios de ambientes, de escenografía e incluso estación del año, obliga al espectador a estar permanentemente concentrado y a prestar muchísima atención a cada fotograma que aparece en pantalla. ¿De qué le sirve al director marear la perdiz si el público no reacciona a los estímulos visuales que propone? Pues muy sencillo, para conseguir una variedad cromática de colores y texturas que pocas películas japonesas han conseguido hasta la fecha. Las personas que se dejen atrapar por la magia de las imágenes rodadas por el director, podrán saborearla sin que en ningún momento les resulte aburrida. Realmente, la película no decae en absoluto; es más, a medida que se acerca el clímax final, la sensación de estupefacción y desconcierto aumenta. Y hay amigos, el último cuarto de hora se merecería una tesis doctoral por tal y como está filmado, como está narrada y montada; lo mejor en celuloide que uno haya podido ver en su vida. El apoteósico enfrentamiento final, estructurado perfectamente en forma de ópera, lleno de surrealismo y de figuras oníricas, alberga la sabiduría de un maestro capaz de hacer cambiar la opinión que algunos se entestan a mantener aún sobre el cine japonés en general, clasificándolo de desfasado y aburrido, como una cinematografía repetitiva, clónica y tediosa. A todo ello añadirle la sensualidad de la protagonista (por gentileza de la actriz Makiko Esumi), un cruce entre la suprema belleza femenina y la inocencia escondida de una asesina agazapada por su odio interno no manifestado y su ansia por convertirse en la “number one”, ayudando así a consolidar el film como uno de los más bellos del director.

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Pistol Opera podría considerarse como el remake no oficial de Koroshi no rakuin (1967), más conocida en Occidente por el nombre de Branded to Kill. Ambas películas contienen suficientes elementos parecidos como para afirmarlo, y no solamente de guión, sino también a nivel visual. También en la reiteración de la misma estructura dramática y la inercia vanguardista en la segunda hora de metraje. En la versión del ‘67, la figura del asesino, inmortalizada en la figura de un gentleman (interpretado por el regordete Jo Shishido), se limita a luchar por ser el número uno sin importarle nada, con un carácter algo mustio; mientras que en la versión actual, el carácter de la asesina, que a diferencia de la antigua está encarnado por una mujer, se perfila en querer conseguir la perfección. Otras similitudes razonables que se pueden apreciar son las ganas de confundir al espectador con los repentinos y continuos saltos temporales, también de ambientes y paisajes, por no hablar de los juegos visuales a los que nos somete Suzuki a lo largo de todo el metraje.

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Probablemente, Branded to kill sea un poco más violenta y seca, recordando formalmente a los filmes de la “yakuza” rodadas por Kinji Fukasaku o el poco conocido Tai Kato, y una narrativa importada e influenciada por el cine de Alain Resnais e incluso de Jean-Pierre Melville. Por otro lado, la aparente agresividad que contienen algunas secuencias de Pistol Opera está solventada y suavizada por las lírica que aplica en dichas escenas de acción. En la producción actual, Suzuki, al hacer un uso de la violencia muy poético, se lo podría equiparar con su compañero de profesión Takeshi Kitano, si bien el inconfundible estilo de éste último difiere completamente con el que viene utilizando Suzuki desde mediados de los años 60. Cabe recordar que, en el año 1967, Suzuki fue despedido de la Nikkatsu por rodar Branded to kill, ya que en palabras del señor Kyusaku Hori (el por aquel entonces presidente de esa productora) “la película era tan enrevesada, que el público nunca la podría llegar a comprender”. Aún no había visto Pistol Opera… Bang, bang, bang, poor little boy!

Ediciones disponibles: editada en su momento en DVD por Filmax con el sugerente título de El Baile de los Sicarios; actualmente descatalogada.



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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

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