Resulta prácticamente imposible ponerse a redactar una crítica de Divergente sin hacer referencia en repetidas ocasiones a la saga de Los juegos del hambre. Y es que ambas franquicias se basan en best-sellers orientados a los adolescentes, han visto la luz en forma de trilogía –aunque en el segundo caso vaya a llegar a los cines en forma de tetralogía– y nos cuentan una historia ambientada en un futuro distópico, donde una protagonista femenina trata de enfrentarse a ciertos poderes que oprimen a los más débiles de la sociedad.
Es comprensible que la productora de Crepúsculo, una vez que ya no puede seguir exprimiendo dicha saga, aproveche las características que han puesto en el candelero a las creaciones literarias de Suzanne Collins para dar impulso a un nuevo bombazo entre las huestes de muchachos que todavía acuden a las salas de cine. Sin embargo, en este caso la trilogía de Veronica Roth no se ha estrenado con igual suerte que aquella primera aventura de Katnis Everdeen que nos dejó bastante interesados en su suerte y la del mundo que la rodeaba.
Divergente no termina de funcionar por diversas razones. En primer lugar, la explicación de la división de ese mundo futuro en cinco facciones diferenciadas no termina de ser satisfactoria. Tampoco se nos exponen con la claridad suficiente otros muchos aspectos que seguramente tienen espacio de sobra para desarrollarse en las novelas, pero no aquí (y eso que el film roza las dos horas y media de duración). Según avanza la trama nos damos cuenta de que el relato es bastante esquemático –el romance parece haber sido diseñado con el piloto automático puesto–, y a la confusión de partes de la historia se suma el desapego que sentimos por los personajes.
Aunque los actores sacan adelante su labor de manera grata –sobre todo Theo James–, está claro que Shailene Woodley no es Jennifer Lawrence (todavía no, al menos), y por tanto la figura que debería guiarnos a través de la narración carece de la pegada necesaria para atraparnos con intensidad. Si a ello unimos lo predecible de los acontecimientos, lo estereotipado de las figuras que vemos desfilar por la pantalla y, en definitiva, la sensación de escaso riesgo asumido por sus responsables, lo cierto es que pocas esperanzas tenemos de que la segunda entrega de Divergente pueda ser remotamente algo parecido a Los juegos del hambre: En llamas. Una lástima.