El director de esta cinta hispanoargentina, Enrique Gabriel, afirma en la hoja de prensa de Suspiros del corazón que en la actualidad ya no se lleva hablar de ciertos valores “pasados de moda”, como en teoría podrían ser algunos ideales románticos o determinados sueños de justicia. Ahora bien, viendo que cineastas como Adolfo Aristarain o Juan José Campanella han construido su carrera a base de parir obras que obviamente proclaman la defensa a ultranza de esos ideales, tampoco es de extrañar que alguien que haya reconocido esa carencia del cine actual se atreva a encarar todavía la construcción de una película que destila un aroma “progre” por los cuatro costados.
Fernando Valbuena de Montijos (Roger Coma) es un joven empresario español de mucho éxito profesional afincado en Buenos Aires. Un día descubre una revistucha de fotonovelas cuyo horóscopo acierta de pleno varios sucesos descabellados que le acontecen, y será entonces cuando se obsesione por conocer qué dirá su signo zodiacal acerca del mes siguiente, fecha en que debe concretar un negocio multimillonario. Dicha ansia le hará conocer a los responsables de la publicación, un grupo de gente de izquierdas con los que entablará una buena relación pese a las tremendas diferencias entre sus estilos de vida, y también aparecerá por allí una joven que bien podría convertirse en objeto del deseo de Fernando.
Con este punto de partida podría haberse construido una sólida historia centrada en los personajes, su pasado combativo, la nostalgia de otras épocas y el devenir del futuro, dando pie a una serie de sesudas reflexiones y a media docena de frases para enmarcar. Aunque algo de eso hay, lo cierto es que Suspiros del corazón prefiere adoptar conscientemente un tono más ingenuo y cursi por momentos, dando lugar finalmente a una pequeña fábula de corte “progre” (entiéndase como algo despectivo en este caso) con toques cómicos bastante simples y previsibles, y donde la idea que predomina es la maniquea “si no eres pobre no vales nada”. Además, la interpretación de Roger Coma, demasiado teatral, contrasta poderosamente con la de casi todo el resto del elenco, muchos de ellos veteranos actores argentinos, y no acaba de sentarle bien al resultado definitivo.
Después depende del espectador creerse o no la serie de casualidades que van encauzando la historia hasta su conclusión, o dar por buena la prolongada desaparición del mundanal ruido de un protagonista con tantas responsabilidades laborales, o aceptar que el tratamiento de su romance con la protagonista femenina resulte creíble... Eso por no hablar de una larguísima discusión sobre qué dictador era más malvado, si Franco o Mussolini, que aparece metida con calzador a mitad de metraje y que rompe el ritmo de lo narrado.
Así pues, la película consigue un aprobado justo, o quizá más si se quiere ser muy benévolo con ella y su falta de pretensiones. La lástima es que se pasa uno todo el rato pensando en qué hubieran hecho los antes mentados Aristarain o Campanella con un planteamiento así, y no hay color.