Con Transformers se vuelve a plantear el eterno debate: ¿podemos juzgar ciertas películas destinadas a reventar la taquilla con el mismo rasero que puntuamos otro tipo de productos cinematográficos, de factura radicalmente opuesta y con un tipo de público potencial que nada tiene que ver? En otras palabras: ya que no está bien visto devorar un cubo de palomitas mientras visionamos la última de Wong Kar-Wai, ¿nos está permitido al menos pretender desconectar nuestro cerebro durante un par de horas, en la oscuridad de la sala, para dar rienda suelta a nuestros instintos más básicos mientras nos entregamos a una orgía de explosiones, ruido y destrucción masiva como la que nos brinda la última cinta de Michael Bay?
Para todos aquellos que piensen que es indecente pretender divertirse con un producto de estas características, y que resulta excesivamente sencillo encontrarle miles de fallos, incoherencias y absurdos varios, hay que advertirles de la conveniencia de poner en suspenso la incredulidad nada más entrar en la sala de cine, algo que depende a partes iguales del estado de ánimo del espectador y de la pericia del cineasta de turno. Si en los tebeos de superhéroes (o en la televisiva Héroes, ya puestos) aceptamos mientras dura su lectura que un hombre puede volar o tiene superfuerza, la mitad del trabajo está hecho. Luego es tarea de quien está contando la historia que nos resulte creíble o no, y si algo hay que alabar en Transformers es que sus responsables han sabido dar con el tono perfecto para contarla.
Si en trabajos anteriores Michael Bay pecaba de querer trascender (por ejemplo: tras una primera parte bastante ligera y entretenida, Armageddon se resquebrajaba cuando quería ponerse seria) y la amenaza a la que se enfrentaban los protagonistas parecía sobrepasarles, en Transformers hay un aire de intrascendencia que deja terreno libre a una comedia simpática con unos robots de invitados especiales (basta con ver cómo juegan al escondite los Autobots con los padres del protagonista). Es decir, que la película no se toma en serio a sí misma prácticamente en ningún momento, y eso que ganamos todos.
Recordemos brevemente que en un principio los Transformers fueron unos juguetes comercializados por Hasbro que contaron con una longeva serie de cómics y algunas incursiones en los dibujos animados televisivos, gozando de gran popularidad entre los más jóvenes de la casa. Después permanecerían en barbecho durante un tiempo, aunque últimamente su popularidad ha resurgido, al menos en Estados Unidos.
La película de Michael Bay simplifica bastante el argumento de los tebeos y también el número de robots participantes en la trama, permitiendo así que el espectador siga el hilo sin problemas, aunque al final la duración ronde las dos horas y media. Tenemos a los nobles Autobots, todos de colores vivos, y a los malvados Decepticons, en los cuales predomina el gris. También hay un objeto de gran poder que ambos bandos pugnan por conseguir, y unos humanos atrapados en medio que intentarán ayudar a los buenos. Se han mencionado ciertas similitudes demasiado sospechosas en el argumento de este filme con el manga (y también serie televisiva) Neo Génesis Evangelion, aunque lo cierto es que tampoco resulta algo relevante para el resultado final. Pero bueno, ahí queda como dato.
Imaginad lo que supone tener a unos enormes robots, puras armas de destrucción masiva, sueltos por nuestro mundo. Son la excusa perfecta para que Bay nos deleite con lo que mejor sabe hacer: una ensalada de tiros, explosiones, ruidosas peleas, toneladas de cascotes y demás constantes en su filmografía, pero que aquí vienen que ni pintadas para representar el conflicto entre dos bandos que toman la Tierra como nuevo campo de batalla en su milenario conflicto. Se supone que la historia relatada da fe de cómo sería tener a unos cuantos elefantes en una gran cacharrería, y eso se plasma de forma perfecta.
Además, las transformaciones de los robots son espléndidas y responden fielmente a lo que supondría que dichos seres existieran en la realidad, o al menos eso podemos pensar. El diseño de todos ellos está muy cuidado, mención especial para ese pequeño y mortal ser mecánico que se transforma en un vulgar radiocasete o en teléfono móvil.
Como decíamos antes, el logrado tono de comedia evita que intentemos sacarle punta a situaciones que a buen seguro no se sostendrían en otro contexto, pero que aquí no molestan o incluso tienen gracia (el personaje de John Turturro, histriónico a más no poder, cae simpático y todo). Pasando por alto todos los fallos que se le puedan encontrar (merced a la suspensión de la incredulidad que mencionaba antes) y recordando que estamos ante una cinta que tiene la mera intención de entretener y hacernos esbozar algunas sonrisas, concluyamos diciendo que estamos antes un digno divertimento veraniego y palomitero para cuyo disfrute ni tan siquiera es preciso dejarse el cerebro en casa metido en un frasco de formol.