Tragicomedia convencional hasta la náusea bajo su apariencia pintoresca y actual
Puede que cuando este fin de semana alguien especialmente guay proponga a sus amigos ver La Suerte de Emma, un escalofrío de terror sacuda más de una espalda. La película es alemana. Más aun, posiblemente se exhiba en esos cines de versión original subtitulada que cualquier joven saludable procura evitar. ¡Para colmo, en ella aparece un enfermo terminal!
Pero que no cunda el pánico: el segundo largometraje de Sven Taddicken está basado en un best-seller escrito por una columnista de moda, ha sido un éxito de taquilla en su país de origen, ganó el premio del público en la última edición del Festival de Sevilla, y nos ha sido desinteresadamente recomendado por la revista Fotogramas desde los quioscos de toda España. Responde, pues, a un modelo cinematográfico tan convencional y asequible como el que facturan a diario las majors norteamericanas. Aunque se adorne con unas virutas pintorescas cuyo jocoso recuerdo, al menos, animará las banales conversaciones posteriores a su visionado en la terracita de rigor.
Virutas referidas a un entorno y determinadas situaciones que, en cualquier caso, no alteran sustancialmente el sabor de la receta: La Suerte de Emma es un pastelón romántico en la línea de Love Story (1970), Elegir un Amor (1991) y Dulce Noviembre (2001). Basta con sustituir a los atractivos Ryan O'Neal, Campbell Scott y Keanu Reeves por el mucho mejor actor Jürgen Vogel, atrapado sin embargo en el mismo arquetipo que sus antecesores, el de hombre frío y neurótico que aprenderá a valorar “el milagro de la vida” cuando la muerte y el amor se crucen en su camino; y a las pavisosas Ali MacGraw, Julia Roberts y Charlize Theron por la intensa Jördis Triebel, en un papel similar de criatura primitiva, no contaminada por el uso del cerebro, que enseñará a la pareja que el destino hace caer en su granja a reconocer frutos maduros, ordeñar ubres y mover vigorosamente la cola. ¿Quién ha dicho que un cáncer de páncreas sea obstáculo para ejercer nuestro derecho inalienable a la felicidad?
Lo más curioso es que en La Suerte de Emma hay agazapada otra película, mezcla de La Matanza de Texas, Misery y The Wicker Man, que paranoicos y misóginos no tendrán problemas en atisbar entre las bucólicas imágenes panorámicas que nos ofrecen Taddicken y la directora de fotografía Daniela Knapp. Pero quizás sea esta una apreciación demasiado retorcida para una propuesta banal hasta el extremo de no preservar siquiera los pocos temas de interés que planteaba la mediocre novela original (y eso que su autora, Claudia Schreiber, es también la firmante del guión, en colaboración con Ruth Toma): los efectos del matriarcado aún vigente en algunas zonas de Alemania, los contrastes socioculturales entre el mundo urbano y el rural, la incapacidad del modo de vida capitalista para proporcionar a la existencia un mínimo sentido.
En pantalla todo queda subordinado a momentos de mucho reír, mucho llorar y mucho humedecerse, plasmados con un estilo de cámara sobre el cogote, efectos lumínicos en graneros y canciones descargables por sms que nos remite a los pretenciosos anuncios de nuestras operadoras favoritas. Y es lógico, La Suerte de Emma es un producto con la misma intencionalidad, apelar a nuestras emociones más complacientes, más productivas, para que a la hora del sacrificio ofrezcamos la mejor de nuestras sonrisas. Quién nos iba a decir cuando vimos Forrest Gump hace ya trece años que la filosofía conformista de un imbécil constituiría el anticipo visionario de las esencias que conforman nuestra contemporaneidad más positiva y enrollada.