Dos hermanos treintañeros, Gray (Heather Graham) y Sam (Tom Cavanagh) están muy compenetrados. Viven en el mismo piso, hacen todo juntos y son prácticamente inseparables. Entonces Sam conoce a una chica y se enamora perdidamente de ella, pero resulta que su hermana también se encapricha con la recién llegada, saliendo a relucir una apetencias sexuales que Gray nunca había sospechado poseer.
Hasta aquí lo que nos cuenta el tráiler de Los líos de Gray o cualquier resumen del argumento que pueda encontrarse en los medios de comunicación, o sencillamente lo que sugiere el cartel de la película. ¿Tiempo transcurrido de metraje hasta que llegamos a este punto vital del argumento? Exactamente cuarenta y cinco minutos, la mitad de la cinta. ¿Estado del espectador medio cuando por fin se supera ese acontecimiento y puede averiguar cómo continúa la trama a partir de ahí? Comatoso, me temo, viendo que la cosa hasta entonces se ha alargado de modo desmesurado y sin demasiada chispa.
Este film supone el debut cinematográfico de Sue Kramer, encargada asimismo del guión, y es perfectamente clasificable dentro de ese subgénero al que podríamos calificar como “comedia romántica sin chistes graciosos y repleta de personajes que hablan por los codos de cualquier chorrada, exasperando al espectador”. Uno de los últimos ejemplos fue la odiosa ¡Porque lo digo yo!, donde Diane Keaton nos envió a casa con un buen dolor de cabeza, y ahora la encargada de trabajarse las muecas y los tropiezos es Heather Graham, que no llega a las cotas de aquélla, pero que tampoco destaca positivamente metida en un relato donde todos los protagonistas son superguays, megaenrollados y se casan dos días después de haberse conocido. Aparte de eso, entre los indispensables secundarios hay una psiquiatra (Sissy Spacek) que te analiza mientras juegas a los bolos o escalas una pared, y un taxista (Alan Cumming) que te sube a la cima de un rascacielos para darte consejos como si del maestro Yoda se tratara. Vamos, que todo está tan acartonado que da grima.
El gran fallo de Los líos de Gray es que peca de simple. Si hasta el ecuador había pasado poca cosa, podríamos resumir el argumento de la otra mitad de la película con cuatro palabras (que no reproduciremos aquí para no destripársela a nadie), así que básicamente se alarga la espera hasta el infinito y más allá, retrasando el desenlace echando mano de canciones demasiado sobadas (Cheek to cheek y I will survive) o bailecitos imposibles aprendidos de memoria de una película antigua. Además, el tipo de humor usado se basa más en la incontinencia verbal que en el ingenio, y la trama en general peca de superficial, entregada a un contexto donde los personajes son meros estereotipos, aptos para el consumo rápido.
Puestos a hacer una comedia sobre el despertar sexual que realmente haga reír al público, sugerimos para algún futuro remake a Ben Stiller y Owen Wilson haciendo de las suyas (es decir, el bruto sin concesiones) como posible pareja homosexual. De lo contrario, es mejor que revisitemos In & Out (Frank Oz, 1997), que pese a todos sus defectos tenía mucha más gracia que la que nos ocupa, recomendada únicamente para quienes no hayan ido a ver ninguna (supuesta) comedia durante el último lustro.