Cuentan que en los últimos años las superproducciones se encuentran en un momento singularmente delicado, y pese haber marginado a mucho del cine de menor entidad con su protagonismo, en cada vez menos casos sus balances comerciales arrojan beneficios importantes.
Tal situación peculiar, se explica solo por la complejidad alcanzada por una industria cuyos tentáculos se extienden de formas cada vez más incontrolables, con ejercicios de economía y contabilidad al alcance de unos pocos y por los que una superproducción de cine puede perder dinero pero recuperarlo por videojuegos, series o, como si en el fondo fuera algo diferente, merchandising.
Con este planteamiento, que las cifras de Maléfica superaran tan holgadamente los 100 millones de dólares de una superproducción, daban para despertar temores. Temores arrostrados en base a que si lo que rige la mercadotecnia es (como de forma tan agotadora hemos descrito interminablemente) la sacrosanta marca, pocas hay mayores que la que tenemos entre manos. Y no, no utilizan la que conocimos por estos lares como probable anuncio del revisionismo al que Maléfica somete a La Bella Durmiente merced a las distintas historias integradas (el original, Little Briar Rose, La Belle Au Bois Dormant). Solo que su historia como clásico Disney no precisa mucho más: es probablemente uno de los iconos más reconocidos de la compañía junto a Mickey, Donald y Pluto, la cinta que todo niño ha de acabar viendo inevitablemente, y demostrado que el cine familiar es el más fiel y que vende las entradas a puñados, una apuesta que bien merecía la pena.
Con un primer fin de semana en EEUU en que se estiman unos ingresos superiores a los 60-70 millones de dólares y las cifras por países que se han ido conociendo en las últimas horas, el objetivo parece alcanzado. Y lo parece con una cinta en que se cumple como pocas veces lo que una adaptación de dibujos animados debería ser en carne y hueso, idea que alcanza el paroxismo con el personaje de Angelina Jolie, una Maléfica tan rica en matices como para dar sentido a un planteamiento argumental anunciado desde su primera voz en off: quizá la historia no es como la recordemos. Quizá no sea ni como una vez nos la contaron.
Hay dos elementos clave en Maléfica a nivel argumental: la escena que adapta de manera fiel y habilidad admirable el corte más temible del clásico original, y la incardinación que esta tiene en una trama que replantea de forma rotunda lo que una vez se nos relató, para juguetear ahora con una trama que está en el subconsciente colectivo. No es la única alteración, y esconde otra hacia su desenlace que nos hace pensar de la misma forma en una revisión de ideas más interesante de lo que es en conjunto una cinta diligente y fabulosa en el sentido literal del término.
Así, que ante el maniqueísmo propio de los cuentos clásicos Disney se atreva a quebrar la barrera nítida dibujada durante años para ilustrar a los niños la distinción ‘bien’ y ‘mal’ como conceptos absolutos, que lo haga ahondando en sus causas y cambiando radicalmente la conclusión, es algo que didácticamente supone alterar las reglas de juego, y que no parece casual que suceda en un contexto social con simpatías revolucionarias.
Maléfica es, con todo, una cinta Disney cocinada con los elementos de quien sabe que su público ha de ser necesariamente infantil. Pero que acierta al cuidar el menú como para saber que en la mesa hay sentados adultos, que quizá recuerden las trampas que escondían los ingenuos relatos de su infancia. Y que vean con aprobación el cambio de rumbo aleccionador.