El cine japonés siempre ha mostrado un enorme respeto por el código de honor implícito en las películas de samurais. Ya sea en el género de acción con Kitano a la cabeza como en el melodrama, la figura del samurai ha gozado de buena acogida en una numerosa disparidad de audiencias. En esta ocasión, la violencia gratuita a la que tan acostumbrados estamos en esta clase de largometrajes, resulta obviada a favor de una sensibilidad poco habitual que sin duda agradecemos.
La acción se sitúa en el Japón de finales del siglo XVII, época en la que los clanes de samurais ofrecían recompensas a los que llevaban a cabo actos vengativos dada la escasez de conflictos bélicos. En esta tesitura se encuentra nuestro protagonista, un joven inexperto en el manejo de la espada( por no decir un completo inútil) que debe vengar la muerte de su padre. Es lógico pensar que los engranajes de la narración nos deberían llevar por caminos en los que la venganza actúa como motor fundamental en Hana, cuarto largometraje del director Hirokazu Kore-eda, cuyo filme más conocido Nadie sabe se convirtió en la revelación del Festival de Cannes al recibir el premio al mejor actor. No obstante, la supuesta heroicidad se ve relegada por una retirada a tiempo, lo que da paso a un filme cuyo divertido planteamiento mantiene una amplia distancia con lo mil veces contado. Para ello, el cineasta se rodea de un fresco mosaico de personajes retratados con enorme sensibilidad, conformando de esta manera un encantador microcosmos en el que la violencia no encuentra su lugar.
Firme defensora de unos valores más propios de este siglo que los de la época en los que se desarrolla la acción, Hana, según las declaraciones del propio director, no tiene intención de convertirse en alegato político, sino que sirve como puro entretenimiento dentro del género histórico. Está claro que la cinta ha dado sus frutos en ese aspecto puesto que se apodera del corazón de un espectador que asiste a esta humilde producción con la sonrisa puesta durante toda la proyección.