Empecemos diciendo que Ben Stiller es uno de los productores de Patinazo a la gloria. Se trata de un detalle que ayuda bastante a hacerse una idea de por dónde van los tiros, y no es descabellado afirmar que el espectador casi se queda esperando en vano que en cualquier momento se asomen a la pantalla el propio Stiller o su inseparable Owen Wilson (aunque sí hace acto de presencia en un pequeño papel Luke Wilson, hermano de este último).
Sin embargo, los elegidos para encarnar a estas dos megaestrellas del patinaje enfrentadas por ser los mejores en su profesión (¿alguien dijo Zoolander?) son en esta ocasión Will Ferrell –especializado últimamente en parodias de género deportivo: hace poco presentaba Pasado de vueltas, centrado en las carreras de coches, y ha participado también en Semi-Pro, un film humorístico sobre el baloncesto– y Jon Heder (Napoleon Dynamite), cuyos personajes se ven forzados por las circunstancias a colaborar como pareja si quieren participar en los Juegos Olímpicos de invierno.
El tipo de película que encontramos aquí es el mismo del perpetrado por el binomio Stiller-Wilson y todas sus variantes, sólo que la impresión predominante en Patinazo a la gloria es que todo parece funcionar a medio gas. No era cuestión de repetir el ingenio de la mencionada Zoolander, pero al menos hubieran sido de agradecer ciertas gracietas que salpicaban la irregular Mystery Men o incluso Cuestión de pelotas. Sin embargo, el arranque de la historia es bastante plano y hace esperar lo peor de su desarrollo: las infantiles peleas entre los dos protagonistas resultan ñoñas y faltas de chispa, y además sabemos que al final van a acabar cooperando para intentar ganar la medalla de oro, así que sus disputas nos dejan un poco indiferentes mientras esperamos a ver cómo se resuelve todo.
Pese a todo, la cinta consigue –aunque sea en la última media hora– despegar a base de encadenar dos o tres chistes acertados sumados al carisma de Will Ferrell (que seguramente haya usado sus improvisaciones para subir algunos enteros el flojo guión), y al menos la sensación final es de que el desastre podía haber sido mayor. Además, ni siquiera se hace muy larga.
Eso sí, no nos engañemos: los números de patinaje son de chirigota para cualquiera que haya presenciado competiciones de este tipo en la televisión, y los efectos especiales de los que se ha echado mano para determinadas piruetas podían haberse pulido mucho más, igual que un guión que, en definitiva, adolece de no poseer momentos para el recuerdo.