Es ya costumbre que la mayoría de las películas galas tengan esa marca de agua, esa patente de corso que las hace inequívocamente francesas; en este caso, no nos equivocamos al encuadrar esta película dentro de aquella comedia dramática en la que los personajes principales son aquellos que representan la burguesía gala más bienpensante, una “izquierda caviar” progresista pero decadente, con problemas tan graves como “no poder irse de vacaciones”.
Michel Blanch nos ofrece un retrato ácido y mordaz de una sociedad y generación a punto de perder fuelle; Jacques Dutronc –ese eficiente actor de mirada herida y acuosa al que nunca se ha estudiado demasiado su similitud física con el gran Bryan Ferry- interpreta a un estresado padre de familia con la gracia de los grandes y Charlotte Rampling –a parte de conservar una magnífica belleza- sigue siendo una presencia imponente en pantalla, además de Carole Bouquete, tercera en un plantel de letras mayúsculas.
A su favor, lo dicho y las mejores intenciones del director Michel Blanch –acostumbrado de sobra a estar tanto delante como detrás de las cámaras- en un ejercicio que quiere ser disección de la sociedad gala pero que no va más allá de una película francesa al estilo del maestro Chabrol en “Gracias por el Chocolate” pero en el que el sentido del humor es mucho más buscado y, no casi siempre, encontrado.