Documental sobre la llegada al poder de Evo Morales, tan atractivo periodísticamente como de escaso calado sociohistórico
Por desgracia, puede que los planos más creativos de este documental, ópera prima del brasileño Alejandro Landes, sean los últimos: un enjambre de modistos se afana de manera servil en torno al maniquí sobre el que confeccionan el traje de toma de posesión que vistió el boliviano Evo Morales tras su victoria electoral de 2005. El traje no sería finalmente ni un poncho tradicional —lo que hubiese subrayado la inédita cualidad indígena de Morales como presidente del país— ni el típico dos piezas occidental rematado por una corbata. Se trató más bien de una síntesis muy estudiada de ambos estilos; de un apaño que dejaba en el aire incógnitas sobre lo que representará realmente para Bolivia este político forjado entre aymaras sindicalistas y cultivadores de coca.
La misma ambigüedad ha recorrido el metraje previo. Pero no porque a Landes le haya interesado forzar tal sensación en el espectador sino porque de su mirada, fruto del seguimiento consentido de Morales durante su campaña electoral previa a las elecciones, apenas se deduce nada respecto del candidato, su entorno sociohistórico, las filias y fobias que despierta. Son las limitaciones connaturales al subgénero encarnado por Cocalero, el del documental de campaña, que suele perfilar productos de valor estrictamente testimonial, cuando no propagandístico —una variación de sumo interés es el excelente fake de Tim Robbins Ciudadano Bob Roberts (1992), precisamente porque moldea la realidad mediante la imaginación con propósitos creativos—.
Aun faltando los datos, el análisis de los expertos, las entrevistas y el debate, a Cocalero le sobra con las imágenes del día a día en Bolivia para suscitar en el espectador numerosas reflexiones. Un anuncio electoral, por ejemplo, en el que un trabajador expresa su miedo a que venza Morales nos hace comprender el brutal alcance de la injerencia estadounidense en Sudamérica. Una audiencia del candidato frente a la cúpula militar nos recuerda la fragilidad en la región, incluso hoy, de la conciencia democrática; una fragilidad a la que no escapan ni la derecha ni la izquierda, como demuestran las peculiares declaraciones de los partidarios de Morales: “si desde los estamentos no se nos concede el poder tendremos que cogerlo” o “Evo podría fácilmente, como Fidel, estar 35 o 40 años en el poder, es lo que está necesitando Bolivia”. Bastan, por no alargarnos, una tensa entrevista televisiva o la aparición estelar del venezolano Hugo Chávez para dejar en evidencia la escasa entidad de algunos políticos o lo demagógico de ciertos discursos revolucionarios, por mucho que se simpatice con sus postulados.
En cualquier caso, como ya hemos señalado a propósito de otras producciones similares, no sabemos si tiene demasiado sentido que un documento esencialmente informativo, periodístico, rodado en impetuoso formato de vídeo digital como Cocalero se exhiba en salas, considerando la mejor recepción que seguro le garantizaría su emisión en determinados canales televisivos. Aunque, pensándolo bien, dada la encefalografía plana que registra el 90% de la cartelera, tampoco vamos a quejarnos de que la película de Alejandro Landes ocupe un huequito.