Para pasar por alto que Homer y compañía han conocido tiempos mejores, que en la explotación de sus episodios míticos las televisiones que poseían sus derechos han acabado machacando sus reposiciones por encima de lo humanamente asumible, y para obviar que en su ambición por buscar frescura sus responsables han acabado por entregar algunas de sus virtudes clásicas a una ruptura excesiva que desdibuja el universo de Sprinfield, hay que tener una naturaleza especial. Para esperar, en definitiva, esta película como un acontecimiento histórico y no verla como una rentabilización añadida pasado su momento de gloria, simplemente, hay que ser lo que técnicamente conocen los expertos como un fanático puro y duro.
Hechas pues las presentaciones, hay que reafirmarse sin tapujos en la idea de que Los Simpson es lo mejor que le ha pasado a la televisión. Que en algunas de sus temporadas alcanzaron la perfección, ese imposible concepto, y se revolcaron en ella episodio tras episodio con algunos de los momentos más mágicos del humor encadenados sin descanso, con argumentos críticos libres de sospechas tendenciosas y burlándose de todos los frentes con un acierto e ingenio único en que hasta el más pequeño de los detalles merecía ser enmarcado.
En ese movimiento ascendente en que lo que parecían ser unas señas novedosas en las primeras temporadas terminaron por ser aventuras geniales elaboradas con un ritmo preciso, precisamente este último ingrediente, el ritmo, ha sido el que ha terminado por perder puntos cuando la originalidad quería imponerse a toda costa. Algo difícil, como demuestra un repertorio de series que nacidas bajo el influjo vitriólico de Springfield, había profundizado en el humor gamberro con tanta habilidad como exhibe Padre de Familia.
Tal y como afirman varios críticos que han querido cargar la responsabilidad en un Al Jean que lleva demasiado tiempo al frente de los guionistas –en un puesto que se iba alternando para evitar recurrencias y que Jean había ocupado ya antes pero no en solitario– la debilidad en el sentido crítico o en el acierto a la hora de ejercitarlo nos ha llevado a una sucesión de gags acelerados en que antes o después se aprecia un cierto cansancio. Con un repertorio de guionistas y animadores tan repleto como el de La Película, Matt Groening y Mel Brooks de vuelta, podemos constatar que la situación no puede ser responsabilidad de un solo nombre: los Simpson de los últimos tiempos han variado sus características guste o no, y la versión fílmica es fiel reflejo de ese cambio. Así encontramos una introducción fresca y ya algo acelerada, un nudo denso y sobrecargado, y un desenlace sencillamente irrelevante. Todo, eso sí, salpicado por momentos de humor que con el carisma de sus personajes y el esmero adicional del reto histórico permiten varias escenas especialmente admirables, aun cuando puedan diluirse en la aceleración desbocada que lleva a un tono espídico donde se echa en falta algún respiro o algo de la olvidada coherencia.
Los Simpson en la pantalla grande, en conclusión, brillan de forma especial ayudados por un pulido adicional en unos dibujos que posiblemente no lo necesitan y en un mayor cuidado por dar gags para el recuerdo. Homenajes a escenas míticas de su historia, obligaciones de sacar a pasear a todo el repertorio y la necesidad de la sublimación de la catástrofe para crear una suerte de tensión dramática son posiblemente trámites prescindibles para el gozo de un público que tiene bastante con que saquen a pasear a sus entrañables mascotas. Homer jugando con un cerdo, exponiendo sus verdades sobre la comunidad religiosa antes de irrumpir en la Iglesia o cruzando la fría Alaska son motivos suficientes para acudir a la sala a visitar a unos protagonistas que bien merecen toda nuestra atención. Aunque con todo el fanatismo y devoción no puede evitarse una verdad incómoda: si un proyecto de estas características hubiera sido desarrollado cinco años atrás, en una época de canteros, Graimitos frustrados y viejas yeguas grises cambiadas, esto podía haber sido algo excepcionalmente grande, posiblemente lo mejor que le podía haber pasado al cine de humor.