A Seth MacFarlane se le ve envalentonado. Una cosa era sentirse como pez en el agua desde 1995 en sus diversos productos animados –Larry & Steve, Padre de familia, Padre made in USA, El show de Cleveland–, y otra bien distinta moverse en el campo de la imagen real, compitiendo de tú a tú con los Judd Apatow y similares que hoy en día campan a sus anchas en la cartelera.
Una vez demostrada su valía gracias a Ted –cuya segunda parte ya está calentando motores–, que en general nos proporcionó buenas impresiones (y con cuyos defectos se fue quizá demasiado benevolentes), MacFarlane ha decidido seguir la senda de Mel Brooks en Sillas de montar calientes (1974), lanzándose a reírse a costa del Salvaje Oeste americano. Los mimbres de los que se parte son los ya consabidos en este tipo de filmes, ya que se toma una historia típica del género a parodiar, mil veces vista ya, para luego retorcerla moderadamente, añadir una tonelada de chistes y esperar que el resultado tenga la gracia suficiente. Y ahí está el problema.
Quienes estén familiarizados con el tipo de humor que le gusta exhibir a MacFarlane ya sabrán a qué atenerse. Hay una pléyade de gracietas de nivel muy básico que se repiten más de lo que deberían –sobre las prostitutas y el sexo anal, por ejemplo–, así como un extenso surtido escatológico que golpea constantemente a nuestro sentido del buen gusto. En general, el error –marca de la casa, por otro lado– es alargar innecesariamente las situaciones cómicas, esperando que así provoquen mayores risas.
Funcionan mejor los aspectos humorísticos relacionados con anacronismos, pese a su escasa sutilidad y, de nuevo, el afán por insistir machaconamente en lo mismo una y otra vez (véase lo relacionado con reírse en las fotos antiguas, que a fuerza de repetirse pierde su efecto). También hay golpes logrados, pero suelen ser los más breves, absurdos e inesperados, usualmente relacionados con alguno de los cameos incluidos en la cinta.
La sensación resultante es de que Mil maneras de morder el polvo funciona a medio gas casi todo el rato, pese al espectacular reparto –MacFarlane ha tirado de agenda para lucirse a lo grande– y a que se han cuidado todos los aspectos de la ambientación. La falta de mordiente, y lo básico del planteamiento en general, hace que por momentos creamos estar visionando un sketch alargado del Saturday Night Live. No en vano estamos todo el rato viendo en pantalla a los actores, y no a sus personajes. El mejor ejemplo es el propio MacFarlane ejerciendo de actor protagonista, que nos recuerda a un joven Jack Black haciendo monólogos cómicos o presentaciones de la ceremonia de los Oscars, tarea que precisamente no le es ajena al máximo responsable de esta tibia parodia de los westerns.