Una casa es el objeto de disputa entre dos personas que tienen intereses sobre ella. Kathy (Jennifer Connelly), ex drogadicta y abandonada por su marido, la ha perdido por un error burocrático. Massoud Amir Behrani la ha conseguido por un precio ridículo. A partir de ahí, un cúmulo de desentendidos y desgracias.
La vida es un conjunto de historias diferentes que se entremezclan unas con otras y a las que se les añade sentimientos, algunos contradictorios, pero que dan sentido al camino. Y la película no es más que eso, la historia de unos personajes contada a partir de sus sentimientos respecto a los avatares de una vida que no siempre es lo maravillosa y divertida que nos quieren hacer creer.
Las diferencias entre culturas subyace en todo momento, y aunque enfrentándose, se muestra que en el fondo no es tan difícil la convivencia, algo para lo que afortunadamente se eluden excesos que en ocasiones no se corresponden con la realidad.
Las interpretaciones son excelentes como reflejan las dos nominaciones a los Oscars para mejor actor principal y mejor actriz de reparto. Vadim Perelman, debutante director, sabe manejar un film en el que el ritmo ha de ser necesariamente cadencioso, cuidando cada detalle, deteniéndose en las personas, preguntándose que es lo que les ocurre, que les atormenta, porqué ríen y porqué lloran, en definitiva, como afrontan sus retos. Y con la ayuda de una correcta fotografía y una banda sonora también nominada al Oscar.
Si hay algún pero que ponerle es cómo se centra en todo momento en aspectos negativos de la condición humana, una parte de la vida olvidando el resto. El resultado, evidente.