Un faro, una isla en el fin del mundo, un triángulo amoroso... esta frase parece estar sacada de un trailer de los años cincuenta, ésos en los que sólo bastaban tres detalles para embaucar al espectador en una historia llena de secretos familiares y pasiones escondidas. Atrás ha quedado esa intensidad con la que filmaban aquellas películas de gran sabor añejo en aras de una mayor agilidad a la hora de establecer un discurso que no adormezca a las grandes masas. No obstante, filmes como El extraño nos hacen dudar al no dar por hecho que todo está perdido. En su fuero interno, la cinta de Philippe Noiret se adapta, como quien no quiere la cosa, a esas imperecederas producciones de corte clásico, y lo logra tomando cuerpo en un drama intimista en el que el entorno donde transcurre la acción se suma al protagonismo de un triángulo compuesto por dos hombres enamorados de la misma mujer.
No sería en absoluto descabellado afirmar que El extraño utiliza de manera consciente los códigos del western para marcar el sentido de la narración. Así pues, el terroso lejano oeste es sustituido aquí por el viento de la isla de Ouessant, cuyo fastuoso faro es testigo de la llegada de un forastero recibido con hostilidad por todo el pueblo. Unicamente Yvon (Philippe Torreton, conocido actor al servicio de Tavernier en Capitan Conan) es capaz de comprender la situación del recién llegado, hasta que su mujer (Sandrinne Bonnaire, que ya trabajó con el director en Mademoiselle) hace acto de presencia en la vida del atractivo extraño, rompiendo así con la apacible dinámica de la isla.
Cada vez resulta menos frecuente poder asistir a la proyección de un filme con estas pretensiones. En este caso, Philippe Noiret maneja con especial soltura los recursos de los que dispone, saliendo airoso del rodaje de un sutil drama en el que tal vez debía haber pasado por alto el uso del presente al comienzo y fin de la historia, enlace innecesario que poco aporta a lo bellamente narrado entre ambos momentos. Es justo decir que las interpretaciones añaden un tono melancólico al entramado, reivindicando una vez más el apunte clásico a una humilde y conmovedora producción cuyo ritmo narrativo sin duda agradecerán los espectadores amantes del cine con mayúsculas.