Un extraño intercambio de miradas durante una boda será el motor que impulse la no menos extraña historia de amor entre los dos protagonistas de Euphoria, película dirigida por el joven dramaturgo siberiano Ivan Vyrypaev en lo que supone su primera incursión en el mundo del cine y que fue premiada con el Pequeño León de Oro en el pasado Festival de Venecia.
La fuerza e intensidad de ese extraño intercambio llevará a Pavel (Maxim Ushakov) a declararle su amor a Vera (Polina Agureyeva), que a su vez le corresponderá, pues también ha caído presa de ese nuevo y desconocido sentimiento que Vyrypaev denomina euforia: “la euforia es un sentimiento en el que la percepción y la excitación es creciente e indescriptible (…) Puesto que no han sido iniciados al amor, que no saben como amar y ser amados, no pueden hacerle frente a la euforia que hay dentro de ellos”. Esa euforia inexplicable, incomunicable, hará que Vera deje atrás a su esposo y a su hija pequeña para huir con Pavel y consumar su amor a través del imponente paisaje de la estepa siberiana, sin duda el personaje principal de la película.
Convertidos en figuras diminutas, minúsculas (como en esos cuadros del pintor italiano Giorgio De Chirico donde la figura humana es apenas un punto, una mancha, ante la inmensidad del paisaje), la pareja protagonista se pierde en esos grandes espacios donde son completamente libres para respirar ese aire puro e infinito que la cámara continuamente sobrevuela, acompañada siempre por la magnífica música de Aydar Gainullin, famoso acordeonista ruso de tan sólo 25 años de edad y responsable de toda la banda sonora del film.
Estos momentos, donde imagen y música viajan (literalmente) atravesando el paisaje, son de los más bellos de la película y donde el director deja verdaderas pinceladas de gusto poético. Algo que también podemos observar en esa magnífica escena donde Pavel, tumbado en su lancha motora, observa la noche cubierta de estrellas y parece navegar sobre ellas, confundiéndose mar y cielo, en una imagen muy parecida a la “muerte” final de William Blake (Johnny Deep) en la obra maestra de Jim Jarmusch Dead Man (1995), película de la que Euphoria también parece tomar el recurso del fundido en negro como elemento narrativo de unión entre las distintas secuencias.
Destaca también el aprovechamiento del decorado en las escenas de la casa de Vera, donde el director se recrea en composiciones con un claro aire pictórico, la delicada planificación de los cuerpos desnudos de los amantes, y la crudeza visual en algunas de las escenas protagonizadas por Valery (Mikhail Okunev), el esposo de Vera. Sin embargo, en ocasiones la película puede resultar un tanto repetitiva, como si el director tuviera que recurrir a algunos de sus mejores planos (la cámara sobrevolando el paisaje, las escenas de amor de los amantes) para encadenar el desarrollo de la acción. Pero la corta duración del film (apenas 73 minutos) y un ritmo intenso y adecuado son bazas que juegan a su favor, formando un fresco de poesía, amor y venganza que deja un buen sabor de boca.